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Tiempo de siega en los arrozales valencianos

La rentabilidad de las explotaciones depende de las ayudas que lleguen de la Unión Europea

Enric Bellido, el miércoles en los arrozales de Sueca. perales iborra

Las segadoras han vuelto un año más a los arrozales de la Albufera. Es tiempo de cosecha. Las máquinas, poco más de un centenar en València, han entrado estos días en los campos para recolectar las variedades primerizas, como el arroz bomba. El productor Enric Bellido, último eslabón de generaciones de agricultores del parque natural, empezará su labor en los próximos días. Pese a los problemas, tantos de ellos comunes a la actividad primaria, está esperanzado. Su previsión es la de una campaña «normal y con precios estables», aunque con una «ligera merma respecto a las anteriores por el exceso de lluvias de la primavera». En esa estación es cuando tiene lugar la siembra «y este año ha sido difícil», tal como cuenta el gerente de la Denominación de Origen Arroz de València, Santos Ruiz.

Las labores previas se realizan entre finales de abril y principios de mayo. «Se seca el campo, se labra la tierra, se oxigena, se abona y luego se lanzan las semillas, pero fue una época muy lluviosa y la tierra no terminó de secarse. Esos años las cosechas no suelen ser abundantes, aunque esperamos que esas dificultades de principio de campaña se compensen con el clima más benigno de los meses posteriores». Por tanto, Ruiz coincide con Bellido en que, a la postre, la temporada será «normal» en cuanto a cantidad. El agricultor, quien también preside la sectorial del arroz de la Unió de Llauradors, apunta que, de todas formas, el volumen de la producción no se conocerá hasta el final de la recolección. Ruiz se muestra prudente y prefiere no pronunciarse sobre el aforo hasta llegar al 10 % de la cosecha. Entonces se verá si se han mantenido los 8.000 kilos por hectárea que suelen ser habituales o si la cantidad ha sido algo inferior. En ocasiones, se ha llegado a los 11.000. Los arrozales de la Comunitat Valenciana se extienden sobre una superficie de aproximadamente 15.000 hectáreas, el 13 % del total de España.

Si en la cantidad no se esperan sustos, en la calidad todo son buenas expectativas, por la baja incidencia de la pyricularia, un hongo que ataca a la planta del arroz, la debilita y mancha el grano. Así las cosas, Bellido confía en una estabilidad de precios en esta campaña, entre 30 y 31 céntimos el kilo «de salida, aunque esperamos remontar en invierno con el producto almacenado». Nada que ver con los 50 de antes de la Gran Recesión. Pese a las buenas expectativas, los problemas estructurales acosan al sector. El responsable de la Unió explica que la rentabilidad de las explotaciones dependen de su tamaño «y nosotros tenemos mucho minifundismo, con parcelas anticuadas concebidas cuando todo se hacía a mano, -no como ahora que está todo mecanizado-, mientras nuestros competidores tienen explotaciones más grandes y modernas». Bellido explica que el número de parcelas de cultivo del arroz asciende en la autonomía a 3.500, pero el número de agricultores es muy inferior al de propietarios. Como añade Santos Ruiz, un agricultor profesional necesita una elevada inversión en maquinaria -segadoras, tractores, mulas-, de tal manera que cada vez más los pequeños y medianos dueños de tierras, al no poder asumir los costes, subcontratan a tiempo parcial los servicios de un agricultor o directamente le alquila la parcela para que la explote. Bellido es uno de los productores valencianos más importantes porque ha logrado sumar una extensa superficie de cultivo con terrenos propios y otros alquilados. Todo ello, no obstante, está propiciando lo que Ruiz considera como «necesaria concentración».

El gerente de la DO asegura que la mayor debilidad del sector radica en que «la rentabilidad de las explotaciones depende de las subvenciones, gracias a que la Unión Europea ve estratégico este cultivo por su producción y por su contribución al medio ambiente» en el espacio protegido que supone la Albufera. «Sin las ayudas, el cultivo del arroz sería inviable», concluye con rotundidad. Para Bellido, la convivencia con el parque natural protegido es un problema, porque «recibimos una compensación económica, pero debemos adaptarnos a la legislación medioambiental propia de ese terreno». Cree que si se pierde el cultivo del arroz, «eso arrastrará al propio parque», así que demanda «mayor laxitud a la hora de transformar las explotaciones». Con dos hijas aún pequeñas, el dirigente de la Unió, rozando ya los 50, ve con inquietud el relevo generacional entre los arroceros, un oficio que desde siempre han desempeñado los hombres. De hecho, solo una mujer, joven y casada con otro labrador, se dedica a este cultivo en estos momentos.

En Sueca, la media del productor está en los 70 años. A pesar de que la gran superficie, como sucede con otros productos agrarios, fuerza a la baja los precios del arroz, Santos Ruiz afirma que este es un «sector sólido, con vínculos potentes con la industria local y con un producto reconocido en el mercado nacional». Apenas se exporta, porque los granos que nacen en esta tierra abonan las paellas y en la DO se niegan a permitir producir variedades que no sirvan para ese fin o para la gastronomía tradicional valenciana. Cuando termine la cosecha, llegará el tiempo de la industria, es decir los denominados molinos. Cuenta Ruiz que «con el arroz sucede como con la almendra, primero hay que quitar la cáscara exterior dura y luego la piel interna para dejar el grano desnudo». Es lo que llaman el blanqueado y se hace en firmas tan reconocidas como Dacsa o la Fallera, que también se nutren de producciones de otras zonas. El cultivo del arroz lo trajeron a España los árabes y se mantuvo en València en exclusiva hasta que a mediados del XIX se extendió al Delta del Ebro y en los años sesenta del siglo pasado, a Andalucía. Terminada la cosecha, es el momento de la quema de la paja, tan polémica por motivos ambientales, pero esa es otra historia.

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