España acariciaba el pase virtual a octavos de final, pero dejó escapar viva a una Alemania tocada, pero tremendamente orgullosa, que se agarró con su proverbial garra a un empate que le deja con vida. Después de un partido que fue un laborioso ejercicio de paciencia, el combinado de Luis Enrique colocaba contra las cuerdas a Alemania con un tanto de Álvaro Morata, en una noche que cobraba reminiscencias a la semifinal del Mundial de 2010, en el invierno austral de Durban, y aquel cabezazo de Puyol, presente en el Al Bayt Stadium. No obstante, la Roja limita daños y sigue teniendo la clasificación en su mano, dependiendo de sí misma contra Japón y una generosa diferencia de goles en caso de un raro empate final.

La puesta en escena de España fue magnífica, sin reparar en el respeto psicológico de una selección como Alemania, siempre imponente con independencia de épocas y modas. O de tendencias, las que apuntan a la Roja como la fuente de inspiración dominante del juego en este inicio de siglo. España circulaba muy rápido entre los espacios reducidos de Alemania y muy pronto pudo haberse adelantado en el marcador. A los 7 minutos de juego, Dani Olmo disparó preciso desde el vértice del área, encontrándose con la reacción casi sin tiempo y a mano cambiada de Manuel Neuer, aliado con una doble carambola con el travesaño y el poste.

La jugada describía la precisión colectiva con la que se movía España, con Laporte superando líneas de presión y Pedri tocando con Gavi, y este para Asensio, hasta encontrar la solución de Olmo perfilado para el disparo. Era fútbol, pero tenía mucho de funambulismo, con arriesgadas salidas desde atrás en las que Alemania empezaba a perseguir sombras, algunas del todo invisibles, como la de Gavi. Siempre enjuiciado por su efectividad, que en la selección no ha dejado de ser generosa, Ferran Torres era otra vía constante de desequilibrio, ante uno de sus rivales preferidos.

Alemania afiló la presión y llegó a bloquear el nacimiento de juego de España, con algunas entregas erráticas en zonas peligrosas que aumentaron el optimismo germano y de sus jugadores más virtuosos, como Gündogan y Musiala. Los errores con el pie en apenas dos minutos, el 25 y el 26, de Unai Simón (con remate de Gnabry) y Neuer, eran la señal de la fragilidad en la que se movía un dominio que se equilibraba, pero que no propició tregua alguna. En el 33 Jordi Alba encontraba el desmarque en profundidad de Dani Olmo, que envío fue rematado desviado por Ferran. Era fuera de juego, pero la jugada tenía una importancia psicológica capital, para volver a meter miedo a una Alemania que iba aposentándose en el Al Bayt Stadium. Tres minutos más tarde, era Musiala el que repelía un disparo fortísimo de Ferran. Y en el 39, en una falta evitable, Rüdiger anotaba de cabeza, libre de vigilancia, pero la tecnología anulaba el tanto al delatar medio cuerpo adelantado del central madridista.

En la segunda mitad, con el duelo muy equilibrado, Luis Enrique incorporaba a Morata por Ferran Torres, buscando una referencia más clásica en ataque para desgastar a la zaga alemana y volver a generar llegadas. En el minuto 60 la apuesta surtía efecto. Muy despierto, Busquets abrió a banda hacia Dani Olmo, que intuyó el acompañamiento de Jordi Alba. El veterano lateral, marcado desde hace meses con la duda del relevo generacional en el Barcelona y en la Roja, volvió a dibujar su mejor especialidad, la de asistente, buscando en el primer palo el picotazo de Morata, que dejó en evidencia la oxidada basculación de la defensa alemana.

Con el agua al cuello, Hansi Flick debía arriesgar. Y Luis Enrique replicó introduciendo en el campo a Koke y Nico Williams, consciente que contarían con espacios para la contra. Con superioridad en la posesión, Alemania solo podía correr y esperar alguna desconexión española, la que encontró Musiala en el 73. En una posición inmejorable, la joya del Bayern se topó con la parada de balonmano de Unai Simón. Digerido el susto, el partido entraba en la recta final con la apariencia de estar bajo control cuando sobrevino el empate, nacido de una indecisión de Balde, pero materializado con un excepcional control orientado de espaldas de Musiala. La pelota cayó muy franca a Niclas Füllkrug, que fusiló a placer. España respondió con entereza al castigo del empate, pese al mazazo anímico, acabando el partido con energía, pero expuesta a los saques de esquina en los que Alemania intentó intimidar a golpe de tradición. Pero los tiempos siguen cambiando y España sigue firme en su camino hacia la segunda estrella, superando un test de altura.