Lo más complicado del Penyagolosa es llegar hasta él. La geografía del interior de Castelló lo tiene bien custodiado, así que las serpenteantes carreteras que discurren desde la A-7 hasta el Ermitorio de Sant Joan de Penyagolosa son una prueba misma de la resistencia y ganas de trepar hasta su cima, un reto muy especial para cambiar el entorno laboral por la naturaleza más pura en estos días del puente de diciembre.

Desde València, alcanzar esta montaña, la segunda más alta de la Comunitat Valenciana (1.813 metros), solo por detrás del Cerro Calderón en el Rincón de Ademuz, cuesta dos horas y cuarto, un viaje lo suficientemente largo como para plantearse hacerlo el día anterior a comenzar la ruta. En la misma entrada al Parque Natural se puede acampar, pero cualquiera de los pueblos de alrededor dispone de alojamientos rurales para hacer noche. La Vall d’Alba, Atzeneta o Vistabella del Maestrat son perfectos para pernoctar y comenzar a caminar a primera hora de la mañana.

La ruta comienza junto al Ermitorio de Sant Joan de Penyagolosa, que en estos momentos está en plenas obras de rehabilitación. Junto al camino arranca la senda, bien señalizada a lo largo de los 5 kilómetros de ascenso y los otros cinco de bajada. Se nota la atracción de este paraje en cada rincón, bien cuidado y trabajado para evitar confusiones en el camino.

Un riachuelo acompaña durante los primeros metros de senda en el Barranco de la Pegunta.

En su parte más baja, los pinos albares, los blancos, los robles y arces dan una sombra privilegiada en esta época del año. Se levantan como gigantes al lado del senderista, algunos cubiertos por hiedra, y el ruido del agua acompaña durante la primera etapa hasta la Font de la Pegunta, un remanso de paz para relajarse.

Vistas desde la ladera norte de la montaña.

El ascenso es continuado, pero no demasiado intenso. El desnivel total de la ruta son 549 metros nada difíciles haciendo paradas continuadas en cualquier rincón del camino, lleno de troncos caídos, rocas gigantes y espacios donde retomar la respiración.

La subida se realiza por la parte norte de la ladera, que es la ruta más sencilla de realizar. En un momento dado de la senda, se puede tomar una alternativa que nos llevará a rodear la cima y alcanzarla a través de la grieta que separa los dos picos, pero se trata de una opción más arriesgada que obliga a escalar en algunos puntos entre grandes rocas y ayudados por cuerdas, nada recomendada si se sufre de vértigo. El paseo por la ladera es la opción más recomendable para hacer cumbre sin presión, e incluso si se va con menores, es la más apropiada y divertida.

Un amonite entre las piedras de la senda del Penyagolosa A. S.

El paisaje cambia a medida que la ruta avanza. Los árboles gigantes dejan paso a especies medianas y matorrales, y resulta una delicia reconocer cada planta: manzanos silvestres, orquídeas salvajes, rosales, enebros, sabinas y sabinas rastreras en las zonas más altas, donde comienzan a aparecer pastos y, con ellos, las cabras montesas. Si no hay una gran afluencia de senderistas, no serán tímidas y acompañarán al excursionista a lo largo de todo el camino. Van en grupos de tres o cuatro y pastan libremente por la ladera de la montaña, descansando a la sombra e incluso peleándose entre ellas, con ese peculiar sonido que produce el choque de sus cornamentas.

El tercer tramo es el del ascenso final. Es el más exigente pero se puede hacer, como antes, con paradas continuas en sombras improvisadas. Aquí desaparece la vegetación y son las rocas las que llenan el suelo: los ojos avizores podrán encontrar fácilmente fósiles, como los amonites -los más abundantes- convertidos en piedra caliza.

Ya en la cima, el fuerte viento sacude con fuerza a los visitantes del santuario de la Mare de Déu del Lledó, hasta donde peregrinan muchos fieles. Sobre él se encuentra el vértice geodésico que marca el punto más alto de la cumbre y que además separa Xodos, Vistabella del Maestrat y Villahermosa del Río. Además, se encuentra un refugio para el equipo de guardas forestales, que cada día se desplazan hasta aquí para vigilar el entorno que también custodian los buitres, planeando sobre nuestras cabezas. En el segundo pico existe un refugio a cielo abierto para dormir con sacos y una estación meteorológica. Una vez aquí arriba, solo queda disfrutar de las vistas sobre la tierra, pero también del cielo, inmenso y colosal, como el Penyagolosa, ante nosotros.