o cierto es que resulta francamente difícil probar que en esta comunidad existen más vagos, parásitos y apesebrados por metro cuadrado que en cualquier otra, aunque uno tenga la sospecha de que al menos ha conseguido colarse en el pelotón de cabeza. En todo caso, su probada existencia pone en evidencia a una comunidad —o a una nación entera, si lo prefieren— aún anclada en ciertos usos y costumbres del siglo XIX que intenta enfrentarse a problemas y desafíos del XXI con escaso éxito (como se puede comprobar por las estadísticas económicas) dado el pesado lastre que estos comportamientos representan sobre el desarrollo de la sociedad, así sea en la gestión política como en la económica.

Básicamente concentrados en áreas dependientes del presupuesto público, para detectarlos basta con revisar los extensos organigramas de empresas, fundaciones y organismos públicos nacidos de la nada y brotados como setas durante los últimos años. Su objetivo primero, no lo duden, es colocar a militantes desocupados, pagar favores, colocar a familiares inútiles y callar alguna que otra boca nerviosa, por no hablar de financiaciones partidarias. Huyamos de las cuestiones personales: no son objeto del comentario ni suya del todo la responsabilidad por aceptar enchufes y prebendas (no todo el mundo se encuentra en condiciones de ofrecer integridad máxima). Lo es del que los otorga con cargo al presupuesto de todos y a cuenta de la desigualdad de oportunidades

Existe otro sector que ha alcanzado semejante categoría no por enchufe sino por inercia histórica, pereza institucional o indolencia administrativa. Por citar un solo ejemplo (hay varios), entre los órganos rectores de las cajas de ahorro existen cuotas dedicadas a las denominadas entidades fundadoras, unas instituciones que con los debidos respetos a su historia y nobleza de orígenes, poco (por no decir nada) pintan ahora en el consejo de entidades financieras a las que se supone modernas y competitivas. (Por cierto, el director de la Sociedad Económica de Amigos del País, que abandonará el consejo de Bancaja este invierno después de doce años como representante de la entidad fundadora, cumplirá en 2010 un cuarto de siglo al frente de la Económica, el mayor período al frente de la misma de un director en toda su larga historia de 233 años, lo que se dice un genuino dinosaurio institucional). Por no citar a los representantes de los impositores en esos mismos consejos, esos perfectos desconocidos por los ídems y magistralmente manipulados a su conveniencia por los comisarios políticos de la cajas (otros que tal bailan).

Existen otros grupos bien situados en lo que se podría denominar la élite intelectual que han llegado por méritos propios (llámense dedicación y oposiciones) a niveles estratégicos del tinglado social y son detectables en diversos círculos de la cultura y del talento. Quedémonos con uno de gran raigambre. Se trata de los mayormente adocenados habitantes de la Facultad de Económicas de la Universidad de Valencia y sus hijuelas (institutos de investigación varios), un denso y poblado nido de inteligencia adormilada y bien remunerada del que la sociedad debería esperar algo más que silencio, buenas asesorías de pago y alguna que otra poltroncilla. ¡Señores (y señoras), ustedes que saben, digan algo, que el país les necesita!... (En fin, basta por hoy de este proceloso rosario de dispendios económicos e intelectuales).

NO ME LLAMES BELÉN, LLÁMAME DOÑA

La nueva consellera de Turismo, Belén Juste, lo vio claro nada más entrar a su nuevo despacho: no le gustaba nada su aspecto. Mujer de armas tomar, Juste no se lo pensó dos veces («¡Esto hay que cambiarlo!») y ordenó el cambio integral de toda su decoración, ya saben, muebles, cuadros, etc., orde­nando reemplazar hasta las tazas de café (desconocemos por el momento el coste total del antojo). Por favor, que alguien le recuerde urgentemente a la consellera que no son tiempos para semejante prodigalidad presupuestaria, que fíjese usted cómo están el déficit y la deuda autonómicos. En fin, un error y un mal ejemplo que reflejan escasa sensibilidad política y que además ha conseguido encrespar los ánimos de sus funcionarios, ya de por sí algo alterados desde que se hace llamar «doña Belén»...

cruzs@arrakis.es

EL CONTRATO DEL AÑO

Mientras otros lo siguen intentando sin mucha suerte (Vidal, Andrés Ballester, Porcelanosa...), la castellonense Lubasa obtuvo antes del verano la considerada mayor refinanciación de deuda privada de la historia de esta Comunidad, una cifra ligeramente superior a los mil millones de euros. El sindicato de bancos refinanciador pidió, como es costumbre, una auditoría estricta de las cuentas de la empresa, que por otra parte ha emprendido una notable reestructuración de sus divisiones y estamentos directivos. Durante los tres últimos ejercicios se encargaba de auditar a Lubasa Ernst&Young, pero para esta ocasión los hijos de Luis Batalla decidieron abrir concurso al mejor postor. Al mismo acudió el equipo habitual de mosqueteros, es decir, la citada Ernst&Young, KPMG, Deloitte y Pricewaterhousecoopers («Price» para los amigos). El montante del contrato, evaluado en el sector en más de 650.000 euros por ejercicio, movilizó a los primeros espadas de las citadas firmas entregándose a una guerra de «misiles» entre unos y otros como hacía tiempo no se recordaba en el sector. «Fue —señalaba un observador— la madre de todas las guerras de este año en la industria auditora.» Al final, el gato se lo llevó al agua la firma KPMG, cuyo delegado en Valencia, Juan Latorre, debe estar más contento que unas pascuas. KPMG está consiguiendo competir con el primo Zumosol (es decir, Deloitte) en el control de las más grandes cuentas. Por ejemplo, si Deloitte analiza Bancaja, KPMG lo hace con la CAM, aunque todavía no haya conseguido acercarse al gigante Mercadona, siempre precios bajos, aún auditado por los antiguos «arturos».