Como en casi todo, la liturgia es importante. Pues bien, la del diálogo social ha llegado a su fin. Habrá quien ponga el acento en quién atesora mayor culpa en este fracaso, pero el problema está en que empresa y trabajo son partes de un binomio que, tal y como están las cosas, siempre resta. Lo que gana uno, el otro lo pierde. Y, así, difíciles están las cosas a la hora de negociar.

No debería ser así, el capital humano es una parte fundamental del valor de la empresa. Se le debe exigir compromiso, motivación, calidad, productividad, incluso altura de miras para ayudar a la empresa a salir de situaciones difíciles como ésta. Pero, igualmente, en épocas de bonanza la empresa debe responder a ese mismo compromiso y no pretender basar el crecimiento y el beneficio sobre la paupérrima base de salarios bajos o la precariedad laboral en general. La brecha debería reducirse a base de mayor participación real de los trabajadores en la empresa. Que el problema de uno, lo sienta el otro como propio.

Parece claro que la reforma laboral no va a ser la panacea contra la crisis, pero debe contribuir a poner fin a la volatilidad del empleo en nuestro país cuando la economía se active. Ahora bien, para ello, otras cosas han de cambiar también. Debe crecer la productividad, incrementarse la inversión en innovación, mejorar la educación.

A grandes rasgos, el objetivo de la reforma busca acabar con la alta temporalidad del mercado de trabajo. La premisa de empleo de calidad es indispensable para conseguir la identificación del trabajador con el proyecto empresarial y para la creación de valor. Y esto no es incompatible con las necesidades coyunturales de mayor flexibilidad interna de las empresas. En este sentido, la reforma incorpora el llamado modelo alemán, que puede resultar interesante testar en nuestro modelo laboral. Es, sin duda, un esquema muy próximo a las cooperativas de trabajo, que en esta crisis han probado fórmulas de ajuste y reparto del trabajo para evitar al máximo despidos indeseados.

No sabemos aún el recorrido de esta reforma laboral. El Ejecutivo se ha esforzado por ponderar el peso de la reforma para evitar que alguna de las partes se sienta especialmente perjudicada por sus efectos, pero no ha sido suficiente para evitar el anuncio de huelga general por parte de los sindicatos. Se sabía de antemano que satisfacer a todos en todo no iba a ser posible. Lo que se debe tratar es de asegurar que en la salida de la crisis no haya perdedores. Sería una mala base para la recuperación económica. Y ésta no se conseguirá si no apostamos definitivamente por mejorar el capital humano y por cambiar algunas visiones empresariales en exceso cortoplacistas.

Pte. de la federación valenciana de empresas cooperativas de trabajo asociado (Fevecta)