La presencia de Saturno al amanecer, estos días, resulta inquietante. Saturno nunca es planeta fácil: demasiado viejo para la vida, demasiado tenaz en aferrarse a ella, para identificarlo con la muerte. Colocado al borde del alba, en la transición del negro al azul, no se sabe si anuncia o despide. Como padre de dioses olímpicos, no se mueve en el tiempo de éstos: él mismo es el tiempo en que los dioses se mueven. Le ocurre, tal vez, lo que al tejo entre los demás árboles, aunque hasta el tejo al final perece. Esa condición anacrónica de Saturno-Crono hace que los designios del astro sean por completo inescrutables. La mayor ambición humana es adivinar el futuro, pero en eso Saturno no da pistas. Daba alguna, en cambio, el pulpo Paul, heraldo de la victoria de España en el Mundial. Aunque, muerto Paul, el mundo se queda sin profetas, aún podemos gozar al alba de Saturno e imaginar.