Lo mejor de Tonterías las justas es que la gente traslada nuestras frases a la calle. Eso lo dice Anna Simón, la pata con amplios escotes y falditas a ras de flor del trío que forma el programa de Cuatro. Ni Florentino Fernández ni el otro, Dani Martínez, han de enseñar carne, quizá porque no lo mande el guión. Repito, lo mejor de Tonterías las justas es que la gente traslada nuestras frases a la calle. Vaya. Justo eso, para mí, que no soy Anna Simón, es lo peor del programa, que las frases que se dicen ahí luego llegan a la calle y en algunos espectadores acaban incrustándose, normalizando la soplapollez de estos tontacos.

Hace unas semanas me llegaba la opinión de una lectora de Mallorca en la que me decía que Tonterías se emite en una franja horaria que pueden ver los niños, y que tanto los suyos como el de una amiga, enfermo, se ríen mucho. Seguro que lleva razón. Y no se la quito. Pero Tonterías las justas no está pensado para los niños, entre otras cosas porque a la hora en que se emite no es horario infantil sino todo lo contrario, es un horario de lobos donde unos se comen a otros por aumentar un decimal a sus cifras de audiencia. ¿Qué quiere decir? Que Tonterías las justas, que es lo que siempre he defendido, y confirmo cada vez que me esfuerzo por aguantarlos, es un programa pensado para un público adulto, es decir, mayorcito, pero al que se les da una papilla para infantes preadolescentes. Es decir, se infantiliza al espectador, que asume y aprehende bobadas de mucho calado. Ahí no se piensa, es un divertimento tan cretino como hueco. ¿Estupendo para la cadena, para la productora, para sus presentadores? Sin duda. Un éxito. ¿Que se lo pasan bien los críos? Seguro. Pero ojo, tonterías, las justas.