Sumándose al sentir de miles de falleros y valencianos, y también al de las instituciones que han puesto en marcha el proceso, la fallera mayor de Valencia de 2011, Laura Caballero, hizo ayer un llamamiento —una «crida»— a participar en una fiesta que aspira a obtener la declaración de Patrimonio de la Humanidad por parte de la Unesco.

Sin embargo, como saben bien los impulsores de otras candidaturas, el honor de ese título mundial no se regala. Requiere no sólo apoyo popular, sino pruebas de que el acontecimiento se merece ese espaldarazo. Y por ello es conveniente subrayar cada vez más los elementos que definen una fiesta tan especial y compleja como las Fallas, pero también limar los aspectos que provocan colisiones con quienes también tienen derechos y obligaciones que la fiesta ha de respetar. Es imposible evitar el ruido, pero se puede acotar; resultan inviables unas Fallas que respeten la circulación de vehículos y peatones, pero se pueden trazar itinerarios libres de obstáculos; la pólvora es un elemento indispensable, pero es imprescindible exigir que sea manipulada con seguridad.

Sólo la fiesta que acredite que respeta sus límites puede optar a lograr el reconocimiento universal. Y conviene que las partes implicadas tomen conciencia de esta condición. Los falleros, los vecinos, los visitantes y los responsables públicos tienen en su mano que el gran espectáculo de las Fallas sea declarado Patrimonio de la Humanidad, un título que sin duda merece.