La facción más correosa de la crítica admite que «E. T.» —de cuyo estreno se cumplen treinta años— fue un «fenómeno sociológico» para añadir que «algún día lo entenderemos». Que no se apresuren. Vi la película con mi amiga la periodista Marilú Colominas y salimos, como corresponde, con un asombro nuevo y distinto, nada que ver con lo que, entonces, la progresía consideraba una buena película. Al poco, volví con mi sobrino Mario, que tenía tres o cuatro años, pendiente de si el chaval se aburría, o no soportaba el encierro en la sala, o le entraban ganas de hacer pipí o popó… precauciones innecesarias: sus ojos permanecieron abiertos al prodigio, a la fascinación sostenida e hipnótica.

Si se fijan, durante muchos minutos de metraje, los adultos de «E. T.» son simples piernas brutales y apresuradas que cargan del cinto una adusta ferretería de porras eléctricas, pistolas, esposas y linternas. Avanzan con mucha decisión, desde luego, y no con la cautela de quien sabe, teme, espera asistir a un milagro. Mientras, en los pliegues de sus estancias secretas, ocultos en la emboscadura, los niños y el alienígena se preparan para el descubrimiento y el asombro mutuos. Es un momento sacramental, estremecedor: las bodas de la tierra y el cielo.

Si «E. T.» cae en manos de sus perseguidores será examinado, sondado, analizado y, finalmente, cortado el lonchas y puesto bajo el microscopio, no porque estén abrasados por una sed de conocimiento, sino por conseguir datos patentables, una ventaja sobre el competidor, la hegemonía. Eran los tiempos revueltos y oscuros en los que todavía vivimos, los de la Thatcher y el Reagan, dos tarados. Para tratarse de Hollywood, no está nada mal ese discurso libre. Y aún es mejor saber que la gracia acecha lo mismo que la desgracia, que un jovenzuelo con juego de caderas puede burlar a un morlaco de quinientos quilos, que fue la gracia de una bailarina rubia la que venció a la Bestia. Si no les gusta el sentimentalismo de Spielberg —a mi me parece pestilente— reparen en que él no es marciano y que lo humano, es carencial.