Llega el verano. Aunque de momento no tan caluroso como anuncian los pronósticos para la mitad este peninsular. Días luminosos que irán a menos conforme avancen las semanas. No en vano entramos en el influjo de la constelación de cáncer, alegoría de la progresiva disminución de la duración del día con el retrogrado caminar del crustáceo. Estamos en un año meteorológico singular, de sequía en la fachada mediterránea española; aunque no de igual intensidad en toda ella. Y este tipo de años no suelen tener veranos muy calurosos. Lo normal es que se produzca una gran ola de calor en julio y luego las temperaturas sean, en el conjunto de la estación, menos altas de lo normal. Y tengamos jornadas inestables, con posibilidad de tormentas más frecuentes. Así suele ser el ritmo sinóptico de los años secos. Vamos a ver si se cumple en esta ocasión. Y como telón de fondo un mar mediterráneo cada vez más cálido y ácido. Podríamos pensar: mejor porque hace más agradable el baño. Pero olvidamos que, de seguir esta tendencia, la época de riesgo de grandes tormentas ira cubriendo también el verano. Ya hemos tenido estos años pasados alguna «gota fría» en agosto, con daños económicos importante.

Las lluvias torrenciales ya no serán exclusivas del otoño. Y, justo, cuando más turistas nos visitan podría ocurrir el desastre€ ¿Estamos preparados?

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