La semana pasada se dio el primer abandono del programa sin que el jurado pusiera al concursante de patitas en la calle dejando antes el mandil colgado en la percha. Se fue el concursante por voluntad propia. Se fue Gonzalo, un soberbio aspirante, de lágrima fácil, que no llevaba bien que el chuleta Jordi Cruz, el cocinero molón, el chef con cara de chiquillo, lo llamara, para tocarle su humor, Gonzalito. El tal Gonzalito tampoco es de los que aguantan bien una crítica, y cuando los cocineros del jurado no alaban sus platos a la altura del concepto que él tiene de los mismos, va murmurando por ahí, entre dientes, por no tirarse a la diatriba de taberna. Total, que Gonzalo, harto de correcciones y de burlas solapadas, colgó el mandil, o sea, lo peor para un aspirante de los que vemos en Masterchef, como si el torero, antes de que el público lo abronque por plasta y poco garboso, se cortara la coleta. Es su orgullo quien lo ha echado, decían los compañeros que ahora se disputan la final. Pepe Rodríguez, el cocinero que para probar los platos abre la boca como si llegara de pasar un hambre bíblica, le afeó su huida porque, de saber esa espantada, jamás lo hubieran seleccionado porque más de 9.000 aspirantes se quedaron a las puertas del concurso. ¿Por qué me gusta MasterChef? Entre otras cosas por el trato que la productora hace de ese material, paralelo a los fogones, que tiene que ver más con lo personal, con las relaciones entre concursantes, que con sus capacidades culinarias. Y el trato es exquisito. La cosa personal aquí no es lo primero. Las relaciones entre concursantes, tampoco. Para Telecinco, un desperdicio. Con el rédito que sacaría la cadena a las murmuraciones, a las envidias, a las miradas aviesas.

¿Ganará Emil? El programa de cocineros es un buen ejemplo de televisión pública. Combina, y muy bien, entretenimiento con servicio al ciudadano. Hace una gran labor fomentando la comida sana, elaborada, el uso responsable de los productos, y en sus dos ediciones es seguro que a miles de chiquillos les haya metido el gusanillo de entrar en la cocina, para algo más que abrir la nevera, mientras mamá o papá trajinan. En dos horas se pueden hacer muchas cosas, y MasterChef lo consigue con un montaje a ritmo picado. Aunque pudiera parecer lo contrario, el tiempo vuela viendo el programa. Los cocineros que forman el jurado, que además de los mentados cuenta con Samantha Vallejo-Nájera, están en esta temporada menos envarados, más frescos y naturales, como esa gamba roja que se vio esta semana en los mostradores de «nuestro proveedor de alimentos», que es la forma de hacer publicidad en La 1, donde no se puede hacer, a El Corte inglés. Otro de los aciertos de MasterChef es la salida a escenarios naturales para grabar alguna prueba del programa. Esta semana, con la excusa de los dulces de convento, se fueron a Pedraza, donde las mujeres del pueblo, además de valorar las madalenas, mantecados, huesos de santo, trufas o torrijas, le soltaron a Jordi Cruz en la cara que era el novio de Eva González, la presentadora, la parte que peor llevo, pero sé que no hay explicación lógica más allá de mis manías como espectador. A estas alturas, cuando apenas quedan unas entregas, y la batalla se libra entre seis concursantes, parece muy claro que el que tiene más posibilidades de no quitarse el mandil es Emil, el de la comida picante. Esta semana, según Pepe Rodríguez, elaboró el mejor plato que se ha hecho en MasterChef. Aún así, nunca se sabe. La tensión está asegurada en cada emisión, que combina fino humor, sorpresas, pícaros comentarios, y una impecable puesta en escena subrayada por una banda sonora que enfatiza, sin exceso de almíbares, las situaciones. Me encantó la despedida de los cocineros Dani García y Diego Guerrero „dos estrellas Michelín cada uno„, invitados al programa, con la banda sonora de Amarcord.

TVE es una gallina. Estoy escribiendo tan alegre las bondades de MasterChef, mi disfrute como espectador, y lo hago con el culo apretado pensando en Cristóbal Ricardo Montoro, uno de los ministros más indecentes del Gobierno. Con este tipo nunca se sabe. Si ve que sacas la cabeza un poco, aunque sea disfrutando como espectador, es capaz de cortártela, o hacer que pagues por derrochar tanta dicha. Ya ha demostrado su desvergüenza y su entrega como fiel lacayo del poder económico con su truculenta reforma fiscal por la que, de nuevo, el gran capital y las fortunas gordas cotizarán menos que un empleado. Pero no es suficiente. Si al empleado lo echan y le dan su justa indemnización, y por un momento se siente protegido, se le rebajan los humos y esa cantidad tiene que declararla y cotizar por ella. ¿Se puede ser más malo, tener más mala leche? Luego te montan tres Telediarios, te venden otra moto, y a seguir. Lo malo, lo peor, es que están amparados por el ciudadano, que les da carta blanca. De no ser así, de no creer que sus actos tan nefandos no tienen consecuencias, jamás actuarían como lo hacen. En el colmo de la desfachatez, hay altos cargos del PP que no se cortan al pedir un cambio en la dirección de RTVE porque con la actual «no podemos ir a las elecciones», dice un miembro del Gobierno „El País, 21 de junio„. Son voraces en todo. En laminar derechos, en cercenar libertades, en programar un escenario de borregos agradecidos por el mero hecho de tener un trabajo, son unos rufianes insaciables, unos manipuladores natos, pero nada les sacia porque comprueban elección tras elección que aún no han alcanzado el límite, que la cuerda se puede tensar más, y por eso apenas disimulan. TVE es una gallina, hay que ir a por todas, hay que hacer de ella un Telemadrid como dios manda. El Gobierno y el PP quieren que seamos putas, apaleadas, y que paguemos la cama. Así que, como dice Eva González al final de MasterChef, ya saben lo que tienen que hacer. Ponerle sabor a la vida. Que cada cual elija cómo. Pero que no se entere Montoro.

Por sus hijos ma-tan

Otra vuelta al pescuezo de los programas de realidad manipulada. El último, cómo no, en Telecinco, reina indiscutible del estercolero, maestra en abrillantar la caca. Emma García, de nuevo, al frente de un programa perverso. Se llama «Ex, ¿qué harías por tus hijos?», y en él, por ganar 100.000 euros para los niños, 10 parejas se juntan otra vez y luchan contra el resto. Será un éxito. El morbo es un valor seguro.