El imperio romano dejó un legado cultural a lo largo de buena parte de Europa que ha perdurado hasta nuestros tiempos. Logró la mayor expansión conocida de una civilización en Europa, consiguiendo el control total sobre el mar Mediterráneo durante siglos. La expansión de esta civilización, dominando el resto de culturas en tan vasta extensión, se puede explicar también desde un punto de vista climático, ya que una época de bonanza climatológica ayuda a un menor número de revoluciones, una vez un pueblo ha sido conquistado y. además, también facilita estabilidad a la civilización conquistadora en su comercio y economía. Según estudios climáticos, como los de Ulf Büntgen -del Swiss Federal Research Institute WS- basados en el análisis del crecimiento de los árboles en diversos puntos de Europa; mediante el estudio de los anillos de los troncos, se ha constatado que los veranos en Europa hace unos 2000 años fueron relativamente cálidos y húmedos, caracterizándose por una menor variabilidad en las condiciones meteorológicas, cosa que a buen seguro propició una gran estabilidad en la recolección de las cosechas que sostenían el imperio. No obstante, dicho periodo se truncó bruscamente, según estos mismos registros dendroclimatológicos a partir del año 250 de nuestra era, cuando se inició un periodo en el que hasta el año 600 hubo un considerable aumento en la variabilidad climática y gran pérdida de cosechas, a la que además las sociedades no se pudieron adaptar dada la extrema variabilidad de estas condiciones en periodos cortos de tiempo, décadas o lustros. Toda esta inestabilidad climática desembocó en movimientos migratorios desde el Norte y Este que conllevaron nuevas contiendas, imposibles de contener para los romanos, ni siquiera mediante la diplomacia. Desde el interior de Asia llegaron hacia Europa hordas de Bárbaros, así llamaban en Roma a otras culturas no romanas, entre ellas los Hunos, los Visigodos y los Ostrogodos. El imperio entró en decadencia, los tributos e impuestos destinados a Roma y a su defensa fueron menguando debido a las peores cosechas, además; desde el norte se fueron perdiendo posesiones por una invasión Bárbara que desembocó, en el 410 de nuestra era, con los Visigodos, comandados por Alarico I saqueando por primera vez Roma, casi 800 años después de la última incursión. Roma estaba herida de muerte como civilización, y aunque el imperio Romano Oriental perduro casi un milenio más, a partir de entonces ya nada fue igual.