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Ya no vale ser feliz

Alguien afirmó y desde luego no fue Jorge Valdano, a quien se le atribuyen todas las sentencias más o menos solemnes sobre este juego que el fútbol es una excusa para ser feliz. En efecto. ¡Cuánto goce al contemplar jugadas primorosas!... Una combinación perfectamente trenzada; un contragolpe fulminante; una pared bien lucida; un cruce majestuoso del central que sale limpiamente del trance, con el balón controlado; o la majestuosidad del «10» que dirige con la cabeza erguida, oteando el panorama para armar el ataque; o el remate fulminante del delantero que aparece poderoso, o de forma sigilosa e inesperada, para marcar el gol... ¡Oh, el gol, fuente inagotable de placer para aquel que lo obtiene; o íntimo instante de felicidad para el portero que lo evita! En fin, con el fútbol, el personal puede babear de placer. Sobre todo cuando se gana. Sólo las derrotas dan paso a la turbación y provocan la tristeza, cuando no el dolor y el abatimiento. En cambio, algunos expertos en la materia conciben el fútbol como una vía hacia el sadomasoquismo. Para ganar, antes hay que padecer, proclaman. Hay que aprender a sufrir, advierten. La victoria sabe mejor si va precedida de la amargura, amonestan. Así que, desde esa perspectiva, el Valencia nos deparó este domingo un partido excelso. En varios momentos nos los puso por corbata. Pero no se admiten quejas porque, según la antedicha teoría, de eso precisamente se trata, de pasarlas canutas. Por tanto, a callar tocan, aunque el domingo, en Donosti, el equipo de Nuno pasó las de San Amaro. Si no llega a ser por tres prodigiosas manos que se sacó Diego Alves, a estas horas estaríamos lamentando el primer tropiezo. No fue así, pese a que sufrimos de lo lindo. Pero para eso hemos venido a este mundo. Y, sobre todo, para eso existe el fútbol, según los profetas del ascetismo. De acuerdo con su doctrina, el hedonismo no tiene cabida en los estadios. Pues bueno...

El caso es que el VCF no hizo valer en Anoeta su condición de vicelíder. Y no porque le entrara el mareo y el vértigo que aturde a ciertos equipos cuando, de pronto, se ven en todo lo alto de la tabla. Eso suele sucederles a formaciones primerizas, sin cuajo, que repentinamente ascienden al primer puesto, sin haber pasado anteriormente por esa experiencia. Y aunque el VCF hace unos años que no atravesaba por tan venturoso trance, tampoco es ningún novato en el lance. En su ADN hay muchos lideratos vividos y consumados y nadie, de los feligreses clásicos de Mestalla, se asusta por habitar en la punta de la taba que dirían los argentinos. Muy al contrario. El domingo, al VCF, no solamente no le pesó la púrpura que comparte con el Barça, sino que le alivió en demasía, como si le aligerara de sus obligaciones. En cambio, la Real, en situación mucho más agobiante, hizo de la necesidad virtud. El VCF, que acudía sobrado al choque, salió al campo muy acomodado. A su juego le faltó intensidad. Pero, además de bemoles, los donostiarras opusieron inteligencia. Bloquearon a Dani Parejo y maniataron André Gomes. Hasta el punto de que Nuno tuvo que tomar medidas terapéuticas en el descanso. La calidad de Carlitos Vela y la inteligencia de Sergio Canales, hicieron el resto. El VCF sobrevivió de milagro en Anoeta. Pues muchas gracias.

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