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Cronos, dios padre

Como confesaba Luis García Montero el viernes en estas páginas, cada vez escribo más lento. Lo mío no es consecuencia de la preocupación por no repetirse; lo mío depende del oxígeno. El enfermo crónico esperaba que pasara el calor y vinieran las lluvias. Ha pasado el calor y han venido las lluvias, pero el enfermo crónico sigue respirando mal y lleva a sus espaldas un cansancio de semanas. La presión atmosférica continúa siendo alta, superior a mil veinte milibares, lo que contribuye a un ambiente cargado de contaminación. Se respira, se siente en exceso, el dióxido de carbono, consecuencia de ese gran negocio que acaba matándonos.

La vida del ser humano transcurre esperando algo. El paso del tiempo, elemento abstracto y relativo con base netamente psicológica que marca nuestra existencia, ya mereció la atención de los antiguos griegos. Cronos (el Tiempo), hijo de Gea (la Tierra) y de Urano (el Cielo) ocupa un destacado lugar mitológico: dios padre de Zeus, rey de los dioses y de los hombres, supervisor del universo. Al clima también le denominamos tiempo, quizá por tratarse de dos elementos emparentados: ayer, calor; mañana, frío. Si hemos de hacer caso a la Real Academia, «tiempo» es uno de los vocablos con más entradas en su diccionario y su primera acepción lo define como «duración de las cosas sujetas a mudanza».Los poetas se pasean con frecuencia por este juego en el que se conjuga tiempo y clima. Ángel González lo expuso de manera magistral: «El otoño se acerca con muy poco ruido:/apagadas cigarras, unos grillos apenas,/defienden el reducto/de un verano obstinado en perpetuarse,/cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste./Se diría que aquí no pasa nada,/pero un silencio súbito ilumina el prodigio:/ha pasado un ángel/que se llamaba luz, o fuego, o vida./Y lo perdimos para siempre».

Y vuelvo a escuchar al profesor Antonio Ubieto en la vieja Universidad de la calle de la Nave: «La Historia de España se resume en dos grandes capítulos: uno largo, de sequía, y otro corto, de inundaciones». Su voz me llegó poco después de que Valencia sufriera la riada de la que, dentro de ocho días, se cumplirán cincuenta y siete años. Ignoro si «el pesimismo es una coartada para decir que nada tiene arreglo», como sugiere García Montero. Habría que añadir que nada tiene arreglo si se siguen manejando criterios zopencos y pervertidos. Tal vez por ello siento una cierta tristeza como la de Manuel Machado: «Me siento, a veces, triste/como una tarde del otoño viejo;/ de saudades sin nombre,/de penas melancólicas tan lleno.../Mi pensamiento, entonces,/vaga junto a las tumbas de los muertos/y en torno a los cipreses y a los sauces/que, abatidos, se inclinan.../Y me acuerdo de historias/tristes, sin poesía... Historias/que tienen casi blancos mis cabellos».

En definitiva, Cronos, el Tiempo, dios padre.

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