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Cien días de "recurrencia"

El filósofo francés Jean Paul Sartre, en plena crisis de Argel y del Estado francés, dijo que el discurso político se había instalado «en la recurrencia». Lo cita Simone de Beauvoir en el volumen de sus memorias en que refleja su visita a España (y a Valencia) que merece comentario aparte. Da la sensación de que el discurso político tras las elecciones del pasado diciembre se instaló en esa misma situación retórica y los líderes y analistas, a derecha e izquierda, con todos los grados y matices que se quiera, han estado masticando el chicle de forma cansina, decepcionando a su clientela y, sin duda, a buena parte del electorado, lo cual se traducirá cuando se vaya a elecciones.

Nadie quiere cargar con la culpa de provocar una repetición de las elecciones. Y mucho de lo que se dice y hace es para desviar la atención hacia otras formaciones. Cada uno de los bloques y partidos, viejos o nuevos, presume de tener la mejor solución y de que las otras fórmulas y propuestas no van a ninguna parte. Señalan que no suman o no son viables. Buena parte del tiempo y todos sus esfuerzos han estado encaminados a desacreditarlas o hacerlas naufragar recién formuladas o presentadas.

Los argumentos son, en general, muy simplistas o de mera retórica, citándose los unos a los otros para apartar toda posibilidad de acuerdo. Aunque los tiempos parecían muy largos, han ido estrellándose una tras otra en el empecinamiento de unos y otros. Y las justificaciones eran muy parecidas o idénticas. Ha llegado un momento en que la caja de herramientas era muy limitada. Ante los problemas reales, y que crecen, los líderes y sus equipos han reenviado a los electores la papeleta. Que hable el pueblo.

Este pueblo, los electores, ya había hablado, y ante el panorama, se dibujaban hipotéticas soluciones, ideológicas o numéricas. Los comentaristas se cansaron de hacer cábalas y sus espectadores, sin duda, también, y el cansancio lleva al desencanto y éste a la abstención. No es un correctivo eficaz, pero sí es un comentario que marca el tono de la nación o del ambiente.

Y no creo que la campaña, corta o larga, con menguados recursos, en formato de cámara y no de masas, vaya a remediarlo. Algunas reacciones la quisieran suprimir? Es una opción que niega el ejercicio práctico de la democracia y tiene poca o ninguna fe en que los programas aporten luz o el entusiasmo que ha ido adormeciéndose. Ha ido creciendo el escepticismo, lo que debilita a los líderes, a los partidos y al sistema mismo.

Nietzsche decía en sus cartas que «si me hacen elegir entre dos males, no elijo ninguno». Y a esa conclusión llegan muchos que se tomaron con más aliento las pasadas elecciones que consiguieron un buen porcentaje de participación (aunque bajó respecto a las anteriores, contra lo esperado por el aporte de los nuevos partidos a la contienda y de un millón de nuevos votantes).

Ese tirabuzón o esa recurrencia en la que nos han atrapado va a tener a buen seguro un final que no será una mera repetición de los resultados. Aunque los sondeos indiquen poca variación y para algunos una recuperación. Yo no me fiaría ni un pelo. Todo es muy plástico, la situación internacional (con el brexit, o el encogimiento de los países emergentes, sobre todo de Brasil) y el fallo de la Unión Europea, en múltiples frentes.

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