En estos días de canícula las noches parecen más largas cuando cuesta conciliar el sueño, un vaso de leche con unos cuantos capítulos de Netflix pueden ser un buen remedio, pero si el horario no importa, dormirse de día con el televisor encendido es mucho más fácil. La programación veraniega se cocina con el tradicional aceite reutilizado que emite series y programas refritos de bajo coste. Los espacios en directo de temporada invitan a la inapetencia que suponen esas informaciones que se repiten estacionalmente, como en un día de la marmota versión extendida. Véase noticias que tratan temas tan poco manidos como las medusas y sus picaduras, ellas serán un año más la gran amenaza del mar Mediterráneo. El protagonismo de estos monstruos gelatinosos sólo se verá eclipsado el día en el que se aviste en los medios, el tradicional tiburón que cada agosto hace acto de presencia en alguna costa patria.
En las crónicas que vienen ya os avanzo que escucharemos advertencias diarias para proteger nuestro domicilio de los malos, para hidratarnos contra los golpes de calor y sufriremos un machaque persistente con el fin de proteger nuestra epidermis de los rayos nocivos. Nos hartaremos de ver termómetros en Sevilla, colas en aeropuertos, concentraciones masivas de personal anestesiado en chiringuitos y playas, todo con esa esencia de la España costumbrista, tan nuestra, tan previsible y que tanto llena las pantallas generalistas en este periodo vacacional€. Pero la siesta estío de toda la vida, la más eficaz, consiste en ver un pelotón de ciclistas en directo y desde las alturas. En las retransmisiones del Tour de Francia, al mismo tiempo que pedalean por los campos de Normandía, mis ojos se cierran hasta llegar al sueño profundo. Y si no, siempre nos quedará ese inductor del sueño atemporal que no entiende de años ni estaciones, el perenne Jordi Hurtado combinado con la reemisión de un gran documental de la 2, mano de santo€
