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Ni moda ni influencia

Vaya birria de influencia la del programa Quiero ser, desterrado esta semana al canal Divinity. Se supone que busca convertir a las participantes en influencers pero tres días en Telecinco fueron suficientes para demostrar que si de algo carece este talent show es precisamente de talento. Si el objetivo es burlarse de las escasas capacidades de las candidatas deberían haber elegido a Luján Argüelles, en vez de ofrecerle el regalo envenenado a Sara Carbonero. La guapísima presentadora de Deportes está en permanente fuera de juego, aunque sus detractores no notarán la diferencia respecto a su papel en los informativos y retransmisiones de fútbol. Después de aquel beso de Casillas, cuando fuimos campeones del mundo, nunca volverá a ser tan emocionante verla descolocada. Gracias, Sara.

Volviendo al esperpento televisivo sobre moda, hay que reconocer que en internet sigue dando juego aunque haya caído a la segunda división de Mediaset. Que una aspirante a estilista confunda personal shopper con personal chopped es carne de redes sociales, embutido tróspido para certificar que alguno de los concursantes tiene tantas posibilidades de dedicarse a la moda como a la traducción de Shakespeare. Pero Quiero ser peca de indefinición: tan pronto pretende ser serio como se burla de su tropa, mientras los tres coaches sí se toman en serio, tal vez demasiado. Parecen pijos desesperados por la vulgaridad de un alumnado perdido entre anglicismos como dress code, black tie o total look. El hombre del elenco, Cristo Báñez, confunde la antipatía con el estilo y mantiene un gesto permanente de estar oliendo algo muy desagradable. Tal vez porque el programa le parece, a él también, una m.

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