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Especialistas en Trump que se equivocan siempre

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales en EE UU ha llegado como una imprevista pesadilla. Un impresentable con un discurso racista y agresivo, con promesas imposibles, preocupantes, o ambas cosas a la vez, a quien los votantes han apoyado a pesar de todo lo anterior y de las acusaciones de todo tipo que han aflorado en los últimos meses, que van desde los negocios fraudulentos (Trump montó una Universidad para regalar títulos a los que se apuntaran en ella con la promesa, por supuesto incumplida, de que encontrarían trabajo con facilidad; un adelanto de lo que está por venir, en cuanto a sus promesas electorales) hasta el acoso sexual.

Que la victoria de Trump es una pesadilla, a ojos de casi todo el mundo, está claro. Quisiera detenerme un poco más sobre el hecho de que fuese imprevista. El relato elaborado desde los analistas, las encuestas, y los medios de comunicación, afirmaba que Hillary Clinton, aunque fuera una pésima candidata, incapaz de ilusionar a sus votantes y de ofrecer algo más que la velada amenaza de «si no me votas, ganará Trump», prevalecería.

Los resultados han desmentido taxativamente esa previsión. La amenaza no funcionó, porque ha sido la desmovilización del voto la que ha permitido que Trump se hiciera con la victoria. Una victoria, además, muy clara en el colegio electoral (que es lo que cuenta), imponiéndose en todos los estados que, según las encuestas, estaban en disputa, y en alguno más. Pero una victoria de Trump obteniendo menos votos que Mitt Romney en 2012 (quien fue entonces derrotado, a su vez, con bastante claridad a manos de Barack Obama). Una victoria basada en la incomparecencia de los votantes demócratas.

Algunos analistas, que se pasaron meses y meses asegurando que Clinton tenía la victoria asegurada, ahora claman contra los votantes, por votar mal. Un espectáculo particularmente bochornoso. Habrían votado mal, por supuesto, quienes votaron a Trump, pero también los que votaron a candidatos minoritarios, y también los que no fueron a votar. Una vez más, en lugar de preguntarse por qué sus pronósticos fallaron, y por qué alguien como Trump puede ganar unas elecciones, muchos de estos analistas prefieren enquistarse en sus modelos de predicción, que a menudo vienen acompañados también de modelos sociales, e incluso modelos de comportamiento correctos del votante.

Ahora, estos analistas, tras equivocarse con Trump (como se equivocaron con el brexit, se equivocaron con Rajoy, con Podemos y, una y otra vez, con verdadera vocación por el error, se equivocan con Ciudadanos), dicen que la cosa no será para tanto, que el Partido Republicano le parará los pies. Seguro que sí. Seguro que un Partido Republicano con la presidencia y las dos cámaras legislativas se comporta con moderación y sensibilidad hacia quienes han perdido, y más aún respecto de «la comunidad internacional». Como es seguro que el PSOE, tras votar a Rajoy, va a convertir la legislatura de Rajoy en un infierno y no le va a pasar ni una. Así funcionan las cosas... en la casa de la gominola de la calle de la piruleta del país feliz, como diría Homer Simpson.

Cuando se mezcla lo que uno quiere que pase con lo que cree que va a pasar, comienzan los problemas. Sin duda, Trump era un candidato plagado de defectos, y previsiblemente será un pésimo presidente de EE UU. Pero cabe preguntarse cómo es posible que, con todos esos problemas, haya ganado con cierta comodidad a Hillary Clinton. Quizás el problema también estaba ahí. Principalmente ahí, de hecho. En colocar a una figura del establishment político estadounidense, una representante de las élites para quien los problemas de ciertas personas resultaban ominosamente irrelevantes, frente a las prioridades de Estado que, en cualquier caso, habría que llevar a cabo. Votadme, decía Hillary, o vendrá ese tipo. Y de lo demás, mejor ni hablamos. Esto es lo que hay. La ilusionante propuesta de las élites político-económicas occidentales, que cada vez dejan a más gente de lado. En Estados Unidos y en otros países, entre ellos el nuestro. Y esa gente, por muy despreciables que puedan parecer a veces sus principios o motivaciones, también vota.

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