He escrito que Mariano Rajoy es un hombre con suerte. Pese a haber quedado lejos de la mayoría sobrevive no sólo por sus méritos -los aciertos en economía- sino por el BCE y, todavía más, por las carencias y divisiones de sus enemigos. Pero sobrevivir e intentar gobernar no es lo mismo que gobernar. Y algunos días parece un condenado con la cruz a cuestas. ¿Hombre con suerte y condenado a la misma vez?

Parece imposible, pero es verdad. Tras lograr aprobar hace semanas con el apoyo del PSOE -a cambio de un aumento del 8% del salario mínimo- algo tan esencial como el techo de gasto anual, ha logrado derrotar las enmiendas a la totalidad de los presupuestos por 175 a 175. Y parece que culminará el empeño sumando un diputado canario. Serán 176 a 175. Rajoy habrá sudado y dejado muchos pelos en la gatera pero tendrá presupuestos. Por esta parte, tiene la gobernabilidad asegurada hasta 2019 porque en 2018 siempre puede recurrir a la prórroga presupuestaria. Y casi toda la oposición -PSOE, C’s y PNV- ha demostrado cierto grado de responsabilidad. Saben que con las cosas de comer es peligroso jugar.

Pero el martes, el Congreso votó una moción del PSOE reprobando al ministro de Justicia, Rafael Catalá. Es la primera vez desde el 77 en la que se reprueba a un ministro. Y la causa es grave porque se le acusa de proteger a políticos del PP investigados por corrupción. Además, la reprobación se extiende al nuevo fiscal general del Estado, José Manuel Maza, y al más nuevo todavía fiscal Anticorrupción, Manuel Moix. Y la oposición no fantasea. Es que hay una escandalosa conversación, grabada por orden judicial, entre Eduardo Zaplana y el propio Ignacio González en la que se felicitan -antes de que se produjera- del próximo nombramiento de Moix para anticorrupción.

Con todo, quizás lo más grave no es ya la reprobación de Catalá -un ministro clave en el actual momento- sino el muy amplio apoyo a la reprobación: 207 votos contra 134. Una mayoría muy superior a la que tendrá -si todo va bien- la aprobación a los presupuestos, que será de 176 contra 175. Aritméticamente, si unimos las dos votaciones, podríamos decir que hay 207 diputados contra Rajoy y 176 a favor. Es lo que ha pasado, pero la aritmética no vale porque sólo hay 350 diputados (no 373) y lo que pasa es que a la moción del PSOE se han sumado, además de Podemos, la antigua Convergencia y ERC, grupos como Cs y el PNV que se han comprometido a aprobar los presupuestos.

Lo que indican las dos votaciones es que España está partida. Por una parte, hay una mayoría raspada para aprobar los presupuestos. Por la otra hay una práctica unanimidad -con exclusión del PP- en censurar la actitud del Gobierno ante la corrupción. España está partida entre un sí con reparos a no paralizar la marcha de la economía y un no irritado a los continuos escándalos de corrupción.

Es posible que los motivos del PP no sean sólo espurios. Algo no funciona bien cuando se filtran informes policiales que acusan a Cristina Cifuentes, la presidenta de Madrid y una de las renovadoras del PP. Y es posible que en la Fiscalía Anticorrupción haya exceso de justicieros tras muchos años de silencio obediente (antes de que se creara esa fiscalía). Pero reordenar la justicia no lo puede hacer un gobierno en minoría sin el apoyo de la Cámara y basado sólo en las recomendaciones de Manuel Marchena, el poderoso presidente de la Sala Segunda del Supremo, que es al parecer la eminencia gris de los cambios.

Además, dos datos más indican que el pantano está lleno de barro pestilente. El primero es que Cifuentes -cuya imputación sería fatal para el PP- no cree que la filtración sea casual pero no atribuye la maldad a Podemos, o al PSOE, sino que apunta a fuego amigo. El segundo es que el juez Eloy Velasco -el que envió a la cárcel a Ignacio González- dejará de instruir el caso porque ha sido ascendido -a petición propia- a la sala de apelaciones de la Audiencia Nacional. ¿Patada hacia arriba para que no moleste?

Pato cojo en cuatro meses

En Estados Unidos, la expresión «pato cojo» se aplica a un presidente en los últimos tiempos de su segundo mandato, cuando ya puede tomar pocas iniciativas y muchos altos cargos le dejan en busca de una posición de más futuro.

Donald Trump fue desde el principio un presidente polémico. Ahora, tras una sucesión increíble de errores, se empieza a hablar de un «impeachment», como el que acabó con Richard Nixon. Y John McCain, senador y antiguo candidato republicano contra Barack Obama en 2008, ha dicho que los escándalos tienen aroma de Watergate, el caso que acabó con Nixon.

Es difícil que el «impeachment» se abra paso si los demócratas no consiguen la mayoría en la Cámara de Representantes en las elecciones parciales de 2018, pero el desprestigio del presidente es ya fuerte. Así el editor-jefe de la agencia Blomberg titulaba un artículo: «Si América fuera una empresa, ¿mantendría usted este presidente ejecutivo?».

Y todo se ha acelerado tras extraña destitución del director del FBI, James Comey, y después de que Trump insinuara que se debía a que quería investigar los vínculos de su campaña con Rusia. El «New York Times» publicó que Comey había escrito unos memorandos de sus conversaciones con Trump y que el presidente le había sugerido la conveniencia de cerrar la investigación sobre Michel Flynn, su consejero de seguridad nacional que tuvo que dimitir por haber mentido sobre sus relaciones con la embajada rusa.

El secretario adjunto de Justicia, Rod Roseinstein (el titular se inhibió por sospechas anteriores en el caso de Rusia) se ha visto forzado a designar un fiscal especial para investigar las conexiones de la campaña de Trump con Rusia. Un fiscal especial se nombra rara vez pero dispone de muchos medios y sus pesquisas pueden durar meses. Y el elegido, Robert Mueller, otro antiguo director del FBI, tiene fama de independencia.

La conclusión de los observadores más atentos es que Trump tendrá que convivir con el fiscal especial y con el fantasma de la conexión rusa y que ya podrá tomar pocas iniciativas relevantes. En los mercados se teme que sus proyectos de bajada de impuestos y de grandes inversiones en infraestructuras se desplomen como castillos de naipes y el mismo miércoles Wall Street sufrió la peor caída desde la elección de Trump. Y el índice del dólar frente a otras monedas ha caído ya por debajo del nivel anterior a la elección de Trump. El «impeachment» quizás tarde, o no llegue, pero un presidente megalómano atado de pies y manos es capaz de todo.