El PSOE va retomando consistencia de partido fuerte desde que la militancia ha dejado constancia de lo que quiere —y lo que no quiere— para su partido a través de la rotunda victoria de Pedro Sánchez en las pasadas primarias, que ahora se rubrica con el espectacular ascenso en la intención de voto socialista que refleja el último baremo del CIS. Desde la resurrección de Pedro Sánchez, la distancia entre socialistas y populares se ha acortado desde casi doce puntos a poco menos de cuatro, un dato significativo para quienes apostamos por un escenario político que no propicie las mayorías absolutas tan nefastas y proclives a la arbitrariedad.

Así como en las últimas primarias fue la militancia quien se pronunció, ahora han sido los hipotéticos votantes (no necesariamente con carnet) quienes —según se desprende del barómetro del CIS— empiezan a levantarle el castigo al PSOE y a depositar su confianza en el partido que los defraudó. No obstante, este cambio de tendencia, no nos engañemos, no es consecuencia de que Pedro Sánchez sea un gran estadista (tampoco ha tenido ocasión de demostrarlo, acaba de aterrizar) y obedece, en gran parte, a la mezquindad de quienes le ningunearon y derrocaron cuando lo vieron como un peligro. «Este chico no vale, pero nos vale», dijo de él Susana Díaz en 2014, al creer que tras las primeras primarias Sánchez le guardaría la silla mientras ella preparaba su ambicioso asalto a Madrid desde Andalucía. Luego, en los idus de octubre, Susana sería aun más explícita: «A éste lo quiero muerto hoy». No obstante, atribuyámosle también méritos a Pedro Sánchez, porque los tiene, y el principal es su tenacidad de outsider que ha sobrevivido a una ejecución política para luego resucitar (Josep Borrell le llama cariñosamente ´Lázaro´) con una paciencia que apunta maneras de estratega a largo plazo. Confiemos.

A la vieja oligarquía socialista se le ha visto el plumero, o al menos eso han manifestado las bases al designar a Pedro Sánchez como reconductor la socialdemocracia, restaurador del deteriorado PSOE y artífice de una política de alianzas con Podemos en la que el PSOE no pierda un ápice de su identidad. En cualquier caso, recuperar la ilusión y la intención de voto de quienes aun prefieren votar a la formación morada sería, a mi criterio, el objetivo más prioritario antes de consolidar ningún pacto.

Sánchez debe tener un cuidado exquisito para no defraudar las esperanzas que en él se depositan, y no olvidar que el mismo mensaje que la militancia le ha enviado a Felipe González, a Susana Díaz y al sector más conservador del partido, se lo podrían reenviar a él si percibieran engaños, inconsecuencias o un ego obsesionado por el poder. A su vez, quienes ahora aclaman a Pedro Sánchez como si fuera una estrella de rock, deberían poner los pies en el suelo y considerar que la labor que el nuevo PSOE tiene por delante no es tarea fácil, algo que se pueda hacer en cuatro días, ni tampoco dejar en manos de un superhéroe por la sencilla razón de que, más allá de populismos, los superhéroes no existen. «Pedro, no nos falles», es lo que deberían corearle como otrora hicieran con Zapatero, y no deificar al mortal Sánchez antes de que se logre lo que con tanta urgencia necesita el país: sacar de las instituciones al partido que ostenta el indecente record de tener más casos de corrupción en sus filas que cualquier otro en Europa.