Con motivo del referéndum del brexit y de las elecciones norteamericanas, se popularizaron las llamadas fake news (las noticias falsas). Entonces no me resultaba fácil saber con exactitud en qué consistían. Ahora me he dado cuenta de qué se trata, especialmente a raíz del catexit.

La mentira, la falsedad, produce, en el oyente, una especie de estupor inicial, ante lo que se indica como verdad. Ese estupor se despliega en indignación e incredulidad. ¿Cómo es posible? Y sin embargo, se trata de un ardid, una flagrante violación de la veracidad. Además, no hay peor mentira que una verdad a medias: es verosímil, y, sin embargo, es redondamente falsa. Y esto afecta al núcleo más humano de las relaciones interpersonales como es la confianza.

Una primera cautela es que las noticias hay que verificarlas. Como el individuo, ante la avalancha que se le viene encima, es incapaz de hacerlo, ha de poner su confianza en los profesionales del periodismo. Pero resulta patético, a veces, los goles que les meten a los mismos medios profesionales. En este sentido, no deja de ser sorprendente que periódicos de la categoría del Times londinense, Le Monde parisino o el New York Times hayan sido víctimas de estas fake news.

Hoy, vista la evolución de las redes sociales, los medios de comunicación tienen la tarea primordial, que constituye el núcleo del periodismo, de verificar las fuentes de la información, de manera que no se introduzcan elementos tóxicos falsificadores que contaminen la veracidad, esencial para depositar nuestra confianza.

En un momento en el que la verdad se postula como postverdad, es decir interpretación subjetiva y afectiva de lo que acontece, resulta necesario poner en la picota al que miente de manera subliminal con el descaro del engaño sigiloso. Hace tiempo que dejé de leer cualquier cosa que no venga firmada por su autor. Borro de mis redes sociales a quien abusa de la confianza, con la introducción de marginalidades o atropellos a la veracidad o mera propaganda; trato de verificar la noticia contrastándola por otros medios (y algunas veces compruebo que, en efecto, se trata de una fake new); y, sobre todo, acudo a los profesionales de la información para asegurarme. Aún así, aplico un sexto sentido para intuir una falsedad. Cuando ya tenía redactado este artículo ha aparecido (Levante-EMV, 19 de noviembre de 2017) un reportaje estupendo, a doble página, precisamente sobre esta cuestión, que me confirma en esta reflexión.