Cumple hoy 29 de abril celebrar el 18º aniversario de la festividad de la patrona de Europa, Santa Catalina de Siena (1347-80). Nombramiento instituido por el papa Juan Pablo II el primero de octubre de 1999 en una terna que incluía a las santas Brígida de Suecia y Teresa Benedicta de la Cruz de Alemania, en un acto de reconocimiento añadido "al gran papel que las mujeres han tenido y tienen en toda la historia eclesial y civil del viejo continente". Sin embargo, un patronazgo que parece hasta ahora fallido, si consideramos el propósito que movió a proclamarlo al santo pontífice hoy venerado en los altares, en comparación con el resultado logrado.

Porque Juan Pablo II, a pesar de su avanzada edad y años de gobierno de la iglesia, fue un admirable progresista y de avanzada doctrina teológica. Lo demuestra el hecho que, para su debido estudio, hay facultades de Teología que tiene implantada la nueva asignatura creada con el título de "Juan Pablo" y hasta una Universidad Pontificia de Roma la denominada "Cátedra Karol Wojtyla". Para dar a conocer su pensamiento en los grandes temas por él mismo elaborados en su extensa producción literaria, social, filosófica, teológica y hasta política. De manera que, en el tema de los patronazgos sobre pueblos, ciudades y países, él pretendía acabar con el juicio tradicional de que un patrón está para velar del pueblo sobre el que fue elegido, mientras que sus habitantes simplemente se limitan a festejarlo con ceremonias oficialistas y lúdicos espectáculos populares. Lo que claramente exponía en su documento "motu proprio" de proclamación: "Para edificar la nueva Europa sobre bases sólidas". Pero una edificación sobre la base de la unidad, que era la característica principal que distinguía a Santa Catalina de Siena. Su afán por la unidad que la llevó al decisivo papel que desempeñó en la Europa de su tiempo, religiosamente dividida en la obediencia hasta a tres papas distintos en el denominado Cisma de Occidente o de Aviñón. Animando siempre a la unidad con sus valientes intervenciones ante los mismos pontífices, reyes y pueblo en general, desechando egoístas intereses. Hasta conseguirlo.

Porque también en la actualidad Europa se muestra dividida por desequilibrios de todo orden y sin que se aviste una política común para solucionarlos. Sino más bien cada país miembro se aferra cada vez más a no ceder en sus tradicionales derechos, como podemos comprobar en puntuales acontecimientos surgidos. Así el Reino Unido con su "brexit" y decidida salida de la Comunidad europea. O la falta de cooperación total en la acogida de refugiados huidos de las zonas de Oriente inmersos en conflictos bélicos. O, últimamente, el sorpresivo trato discriminatorio a España en su reclamación del rebelde y huido Puigdemón para juzgarle, por parte de entidades judiciales de Bélgica y Alemania donde, acogido, acampa a sus anchas.

Y es que, si bien nunca estaría de sobre los rezos a la patrona Santa Catalina de Siena para que sacara a la vieja Europa de tanto apuro y desengaño vigente, lo que se está echando de menos en los gobernantes europeos es el admirable coraje e incansable labor que ella en vida empleó a todo nivel en pro de una concordia de voluntades. Hasta alcanzar su objetivo propuesto que fue finiquitar el cisma imperante y el reconocimiento de un solo papa residente en Roma. Y que actualmente en los gobernantes europeos se debería traducir en una política común de todos sus miembros, en los diversos aspectos energético, económico, defensivo y sobre todo político.