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La insurrección moral

En mayo de 1968, las calles de Paris se incendiaban con el fragor de la juventud díscola, tras veinte años de postguerra. Buscaban libertad, una libertad abstracta, pero libertad. Los líderes de la revuelta eran principalmente dos: Jack Sauvageant y Daniel Cohn-Bendit, apodado Dany El Rojo. Vamos a por este último. Daniel Cohn-Bendit escribió y publicó, en 1975, The Gran Bazaar (Belfond Editorial), donde escribía, siete años después de 1968, cómo cuando trabajaba de monitor en un Kindergarten "alternativo", "progresista", en Frankfurt: "A veces los niños abrían mi bragueta y empezaban a hacerme cosquillas, reaccionaba de manera diferente según las circunstancias, pero su deseo era un problema, y les pregunté: ¿Por qué no juegan juntos?, ¿por qué me elegiste a mí y no a otros niños? Pero si ellos insistían, los acariciaba de todos modos. Necesitaba ser aceptado incondicionalmente por ellos, quería que los niños me quisieran y estaba haciendo todo lo posible para que dependieran de mí". En 1976, un año después, en The Observer, manifestaba que: "Mi permanente conqueteo con estos niños adquirió de pronto una tonalidad erótica. Podía sentir perfectamente cómo las niñas de cinco años habían aprendido a excitarme". La polémica no surgió en el momento de la publicación, dado que las ansias sociales de liberalidad no veían esto como un problema, tal cual lo es hoy. El propio Daniel Cohn-Bendit se excusó diciendo que era una forma de provocación: "Lo dije por pura provocación, para impresionar a la burguesía", y realmente fue en 2001, en Alemania, cuando la hija de Ulrike Meinhof, la terrorista de la Baader Meinhof, Bettina Roehl, lo hizo público en Internet provocando, entonces sí, una reacción escandalosa.

En 2009, Daniel Cohn-Bendit se presentó a las elecciones europeas por el Partido Verde. En televisión hubo un debate electoral: Cohn-Bendit versus François Bayrou. Este último sacó el tema a relucir y cayeron contra él, no contra Dany Le Reuge, todas las maldiciones, pues se entendía que era un golpe bajo y no pertenecía al debate político. Incluso la periodista feminista Arlette Chabot abroncó a Bayrou para que no se aprovechara de ese tipo de ventajas sobre Dany Le Rouge.

El contexto de liberación de las convenciones sociales, en 1968, colateralizado con el surgimiento del hipismo en América, fue la ideología de liberación, que incluía la sexual de todos, incluidos los niños. El concepto central era "prohibido prohibir". Siguiendo la misma dinámica, dos años más tarde de la publicación de The Gran Bazaar, en 1977, Simone de Beauvoir, Jean-Paul Sartre, Gilles Deleuze, Phillippe Sollers -marido de Julia Kristeva-, Bernard Kouchner -luego ministro de asuntos exteriores con Nicolas Sarkozy-, y así hasta cincuenta intelectuales, firmaban un manifiesto en Le Monde para que se liberara a tres hombres que habían tenido relaciones sexuales con menores. El 20 de junio de 1981, en el diario izquierdista Libération, se daba la palabra a un pederasta que describía sus actos sexuales con una niña de cinco años, y el periódico sacaba el cabezón: "Cuando Benoît habla de los niños, sus ojos de pastor griego se preñan de ternura".

En veinte años de postguerra el aburrimiento generaba revolución, 1968, en diez años más la liberación se convertía en liberalismo progresista, protegido incluso por su diario Libération, por decirlo así, 1977, y ciertas ideas hasta entonces liberales, en diez años más, a partir de 1990, pasaban a ser anatema. Así de voluble es la revolución de las ideas (la insurrección moral, término acuñado por André Glucksmann), así de relativista es la actitud humana y, por tanto, con la misma relatividad hay que analizar el mayo de 1968 francés, la matanza de Tlatelolco, o el movimiento hippy, todo consecuencia del verano de las ideas, de treinta o cuarenta años de paz. La paz provoca aburrimiento, y los jóvenes salen a buscar jaleo.

En 2009, en ediciones L'Aube, Daniel Cohn-Bendit, Stéphane Paoli y Jean Viard, publican Forget 68, cuarenta años después de aquellos sucesos, acompañados de otras revoluciones similares en Praga, Chicago, o México (400.000 manifestantes y balacera en la Plaza de Tlatelolco, con 325 muertos). Se entendía, por adláteres como Sartre, que corría también por los recovecos de las calles parisinas en mayo de 1968, que Marx, Lenin, Mao o Castro, eran los liberadores, y una frase que les caracterizaba era la de Mao Tse Tung: el poder nace de la boca del fusil. El mismísimo Dany Le Rouge, en Forget 68, recapacita: "Los marxistas repiten siempre lo mismo, reducido su pensamiento a un determinismo conservador, olvidando que el comunismo no fue un espejismo, si no una locura devastadora". Añade Cohn-Bendit que, junto a esa necesidad libertaria, surgía con fuerza la vindicación de la libertad de la mujer, los derechos humanos y la lucha ecológica. Ésta, puede decirse, es la deriva moderada de mayo de 1968. En esa época pasó algo a nivel del pensamiento y el sentimiento mundial. Un ejemplo lo tenemos en el giro terapéutico de la Antipsiquiatría, de Ronald Laing. Todo se discutía por la vía de exigir la libertad per se. En la propuesta de dejar a los enfermos psiquiátricos fuera de los manicomios o casas de reclusión, había evidentemente el brío de deshacer un entuerto, el del aplastamiento estatal por la vía del statu quo: enfermedad manifiesta, entierro social. Implicó aquella ola de libertad general un desarrollo también de la filosofía en esa dirección. El psiquiatra suizo y heideggeriano Ludwig Binswanger (cuyo nombre vi inscrito con orgullo en la corbata del profesor Cencillo de Pineda), desarrolló el Dasein-análisis. El psiquiatra Víctor Frankl, previamente encerrado en campos de concentración alemanes, ponía el sentido de la existencia al mismo nivel de necesidad humana para la supervivencia que la comida y el sueño. Lo psicólogos Stanley Milgram y Philip Zimbardo, en dos experimentos canónicos, descubrían que la masa humana, contextualizada en un ambiente autoritario, era capaz de torturar y matar obedeciendo órdenes (Milgram, en Behavioral Study of Obedience, 1963, y Zimbardo, en Study of Prisoners and Guards in a Simulated Prison, 1971). Más modernamente, las neuronas espejo vienen a reconfirmar que el humano puede convertirse en un zombi obediente con una facilidad mayor de la que pudiéramos esperar.

Desde un punto de vista estadístico y sociológico, es relativamente fácil adverar que, entre 1958 y 1968, los estudiantes universitarios en Paris pasaron de 175.000 a 500.000, y esa mera explosión demográfica tenía que provocar algún tipo de explosión racional y emotiva, pues se trataba de jóvenes que estudiaban e, inevitablemente, por mera dinámica intelectiva, tenían que mirar alrededor con la intención de cambiar y mejorar.

Francia llevaba cuarenta años deshaciéndose de la conquista del nazismo, intentando demostrar que volvía a ser grande, sacando pecho junto a Inglaterra y EEUU, todas potencias nucleares en medio de una latente Guerra Fría inmersa en la estrategia de la Destrucción Mutua Asegurada. La Guerra de Vietnam, la Guerra de Argelia o la Revolución Cultural China, hacían de detonante. Eichmann en Jerusalén, de Hannah Arendt, publicado en 1963, cinco años antes, también. Las clases medias aumentaban en un país que ya utilizaba sus fuerzas de trabajo para crecer, no para hacer la guerra. Por eso los universitarios se multiplicaban casi por tres. Pero ahí se empezaba a ver que la Escuela de Altos Estudios se reservaba para una élite, de forma que en Nanterre, Caen y La Sorbona, todos salieron a la calle con no muy buenas intenciones, a practicar el adoquinazo. Del 7 al 11 de mayo los policías y los estudiantes fueron contrincantes, los grafitis pasaron a convertirse en soporte de frases llenas de esperanza de cambio, poéticas muchas veces, como la antes citada de "prohibido prohibir" o la sartreana de "la imaginación al poder". Como recuerda Glucksmann, todo había empezado antes, en los años 20, con los brujos de la Abadía Thelema, y su mandamiento principal: "Haz lo que quieras", hasta que, ante el "Prohibido prohibir", Cohn-Bendit propone más allá: "Prohibido prohibir prohibir". El panorama en ebullición siguió in crescendo, se tomó la Editorial Hachette, se tomó el Teatro Odeón, la Citroen entró en huelga y luego hasta diez millones de trabajadores reivindicantes hicieron paro, a la vez que se inauguraba el incendio de vehículos en las calles como forma de protesta que, en otro contexto, de racaille, ha llegado hasta nuestros días. Glucksmann: "Una pared de la rebelde Nanterre anunciaba premonitoria: No es una revolución, señor mío, es una mutación. De entrada, el cuestionamiento va más allá de las fracturas tradicionales del debate político francés. La protesta es universal y contagiosa. Sesenta ciudades de Estados Unidos (que pronto serán ciento veinticinco) entran en ebullición, violenta y no violenta, por los derechos civiles, Martin Luther King, que tuvo un sueño en 1963, es asesinado en abril del 68 en Memphis. Revueltas estudiantiles en Berkeley o Chicago contra la guerra de Vietnam. Manifestaciones en Berlín Oeste?".

A finales de mayo, Francia no tenía servicios públicos, las basuras en las calles, sin gasolina ni productos de primera necesidad. La mayoría comenzó a cansarse y empezó a mirar mal a los estudiantes. Y ¡Voilà! El General De Gaulle, curtido en batallas de las de verdad, exclamaba "no soporto más esa efebocracia que se ha adueñado de las calles", y hubo una contramanifestación de un millón de personas -legionarios, pensionistas, banqueros, paracaidistas, amas de casa, etc.- en los Campos Elíseos. En junio de 1968, De Gaulle convocó un referéndum para continuar y ganó las elecciones el día 23, con un 43 por cien de los votos, de la derecha más recalcitrante, y la izquierda perdió más de la mitad de sus votos. Los trabajadores y obreros querían sobrevivir, y los estudiantes querían la revolución y la utopía. Los sindicatos comunistas pactaron con el gobierno una mejora salarial del 35 por cien, vacaciones y jornada laboral más moderada, lo cual aceptaron de buena gana, Cohn-Bendit fue deportado a Alemania, y los estudiantes volvieron a lo suyo, a estudiar. Se acabó la fiesta.

Lo mismo podemos (perdón) confirmar de la situación de la denominada Spanish Revolution, nacida el 15M, en base a las mismas premisas del mayo de 1968 francés: disparo demográfico, quiebras bancarias, crisis económica sobre una base social poco cualificada tecnológicamente, una base social con una estructura mayoritaria de servicios y el espíritu unamuniano de "que inventen ellos", y otra vez, los ignaros y violentófilos admirados con la ingeniería social comunista. Por ejemplo, España, en 2014, licenció a 443.300 estudiantes, Reino Unido a 772.400, Francia a 741.000, Polonia a 557.800 y Alemania a 521.800. Esto, de un total de 4.800.000 licenciados en la UE, significa que se está en los primeros puestos, pero claro, con un mercado de trabajo que no absorbe a tanto licenciado se genera malestar, un malestar que tiende al ocio y la desesperanza, y ocurre un 15M si las circunstancias económicas muestran la cara de la miseria con targets informativos que van directos a satisfacer la opinión pública mayoritaria, en una patria cuyos ciudadanos están cargados de un odio freudiano a su propio país. Se trata de un efecto global donde el malestar de la cultura, freudianamente hablando, se encamina a un shock revolucionario, pero inmediatamente neutralizable, como en el mayo francés ocurrió con el éxito de De Gaulle, a consecuencia de las barbaridades del libertinaje, de la racaille. Los excesos de Cohn-Bendit señalados al principio, ahora se convierten en excesos en defensa de la violencia y la infamia, escudadas con mala fe detrás del derecho humano de la libertad de expresión, pero sin contenidos, y cuando no hay contenido, sino una pulsión inconsciente, se pierde la batalla como la perdieron los estudiantes del Mayo francés: Andrés Bódalo, Pablo Hasel, Willy Toledo, Valtonyc, Alfonso Fernández Alfon, el diputado Rufián, y un largo etcétera, son los ejemplos de una izquierda que utilizó el movimiento 15M, el nuevo mayo, para apoderarse del estandarte de la libertad y la justicia. Una sarta de ignaros violentos, de facinerosos. Hemos pasado de Sartre y Beauvoir, de Cohn-Bendit y André Glucksmann, a una caterva de ignorantes, de verbo fácil, cobarde y destructivo, que predican el Dies Irae sin base intelectual, solamente para que la masa les siga, la masa tonta y peligrosa de Zimbardo y Milgram. Esto, en todo caso, es la Armada Brancaleone del director Mario Monicelli, justamente de aquella época, 1966, y protagonizada por Vittorio Gassman. Es lo más cercano y parecido para poder comparar con rigor lo que es hoy el Mayo de la Spanish Revolution con el Mayo francés de 1968 y todas sus franquicias alrededor del mundo. Total, se han divertido, pero otra vez se acabó la fiesta, y esta vez una fiesta sin caché.

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