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Alfons García03

Contra la épica

Así empezó todo. Al menos, visto desde aquí. Una tarde de un viernes de marzo de 2014 (día 28, para ser precisos), los habitantes de la sede socialista de Blanqueries recibieron por sorpresa la visita de un joven alto y moreno, mochila negra al hombro y diputado por Madrid. Un tal Pedro Sánchez, que iba solo por España con su Peugeot. Un quijote. Había anunciado hacía no demasiado que tenía intención de presentarse a secretario general del PSOE, la agrupación de Requena lo había invitado a un acto (José Luis Ábalos ya iba con él) y, ya que estaba en territorio valenciano, quería saludar y presentarse al líder del PSPV, Ximo Puig, que por entonces veía el Palau de la Generalitat aún lejos. Esperó un rato, pero entró a su despacho de la cuarta planta, charlaron, se conocieron y no se hicieron grandes amigos. De lo último nos han dejado ambos pruebas evidentes.

Casi nadie daba un duro entonces por él. Hasta que Susana Díaz, que esperaba ser la elegida por aclamación y sin oposición, decide con el apoyo de las grandes federaciones socialistas, entre ellas la valenciana, parar los pies a Eduardo Madina, que había tenido la osadía de lanzarse a la arena sin los permisos del gran poder. Ella, es conocido, desiste de bajar al lodazal de la pelea interna y se presenta por medio de cabeza ajena. ¿Quién? Ese chico bien plantado y de voz potente que iba a tener difícil lograr los avales necesarios. En una reunión en Madrid de las grandes federaciones comprueban que no tiene estructura para la campaña. A escote. Dinero no hay, pero sí pueden ponerle algunas personas a colaborar con él. El PSC exporta a la jefa de comunicación (pasó a la historia tras la rebelión). Por otra vía aterriza quien luego sería su jefe de gabinete (acaba de dar un paso al lado también, parece que porque no ha obtenido el premio que esperaba) y del PSPV se incorpora Carmen Montón, a la que el intrépido aspirante ya conocía bien de vecindario en los escaños del Congreso.

Lo que vino después -triunfos, errores, caídas y resurrecciones- es de sobra conocido. Hasta la última victoria. Este miércoles uno vio, fenómeno poco habitual, cómo la redacción de este periódico se arremolinaba cuando él desgranaba los nombres de su primer gabinete de ministros, a pesar de que todos menos uno habían sido filtrados ya. La selección, en general (algún nombre chirría), ha aumentado la ilusión. Como si nos hubieran quitado una venda de los ojos y viéramos ahora que no era tan difícil ilusionar a un país. Parece que estábamos anestesiados, sumidos bajo la modorra contagiosa de un funcionario amable y bien pagado de provincias.

El peligro es la frustración, el inevitable día después de la fascinación. El desencanto, tan humano, y la asunción de un destino heroico son los riesgos. En política no son buenos los héroes, siempre a la espera de gestas que dejar impresas en relatos épicos, ansiosos de pasar a la historia. No hay líder que no saboree esa tentación. Que se lo digan a Felipe González, José María Aznar, Tony Blair o, más cerca en el tiempo, Emmanuel Macron. La política es pragmática y no épica. Con su trayectoria, sus miserias y glorias, Pedro Sánchez tiene difícil no morder esa manzana.

Si lo hace, ojalá tenga a alguien al lado para recordarle que en política el azar juega tanto como la disposición. Él la ha tenido, de sobra, pero también se encontró en el lugar perfecto y en el momento justo cuando era un desconocido y decidió asaltar la secretaría general del PSOE. Igual que la moción hubiera acabado de otra manera sin la conjunción de la corrupción del PP (con sello judicial) y la voladura de todos los puentes entre Mariano Rajoy y los nacionalistas.

De momento, Sánchez ha conseguido alterar el tablero matemático de la política española. Las piezas vuelven a moverse en la barra horizontal de la ideología. Las de la línea vertical en la que Ciudadanos se encontraba tan feliz, con la españolidad (amenazada) como elemento principal, se han derrumbado. Mantener esa puerta cerrada será la clave de los próximos meses. Y eso pasa por reconducir el conflicto catalán y conseguir que se hable de otras medidas. Si el progresismo se impone al patriotismo, Sánchez tendrá alguna posibilidad de seguir haciendo historia. Con ideas y pragmatismo. Y con la épica, en el armario.

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