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El foc i l ´aigua en la Nit de Sant Joan

Las playas, las riberas de los ríos, los alrededores de los manantiales o de las lagunas son en nuestra tierra lugares donde ofician muchos los rituales del fuego con hogueras que serán encendidas al atardecer de la víspera de san Juan para llegar al cénit de su misterio en la medianoche cuando serán saltadas vibrando en deseos y peticiones por quienes luego las dormitarán hasta el amanecer.

Librada de la paganidad y consagrada a san Juan por los apóstoles apologetas de la cristiandad, en el fondo sigue siendo la antiquísima fiesta del fuego sagrado que hacía a los primeros humanos mantener siempre encendida una pira de fuego allá donde existía una comunidad humana para atender a sus necesidades más básicas. Los filósofos presocráticos, especialmente Heráclito, concebían el fuego como principio o fundamento del universo, aunque entendiéndolo como una imagen dinámica del perpetuo devenir. Nada como el calor nos da idea del ser o no ser. Lo frío está muerto, lo calórico vivo. Los romanos unieron el sol y el agua en sus grandes fiestas, construyeron el templo de Vesta junto a una fuente. Si se apagaba el fuego de Vesta se suspendía toda actividad en Roma. Se había interrumpido la relación entre los dioses y los mortales. Todas las religiones le han dado mucha importancia al fuego. La cristiana festeja el fuego nuevo de la Pascua, fuego sagrado símbolo de la divinidad, el Cirio Pascual.

De la Grecia clásica nos viene también la concepción filosófica del agua como fundamento de la vida. Aristóteles la consideró como uno de los cuatro elementos vitales del mundo. Anteriormente la Biblia considera en Génesis a las aguas materia cósmica que al separarla Dios y organizarlas en aguas supriores e inferiores emerge el mundo del caos universal. Por el Nilo de los egipcios desfilaban los dioses. El mismo Nilo era para ellos un dios bisexual que aprovechaba sus aguas. El agua es fuente de vida y de gratitud, digna de veneración y cuidado, de respeto en todas las culturas y religiones.

Agua y fuego se ha colado hasta nuestros días a través de antiquísimas tradiciones de generación en generación, oralmente y por escrito, a través de ancestrales costumbres, ha yacido en el subconsciente de la memoria histórica, de la consciencia del ser humano, y llegado hasta las playas de nuestros días, lo troncal de la magia y del misterio guarnecido por los ritos de hoy necesitados todos de adentrarse en el núcleo de lo divino, de lo trascendente, con cierta fe o por si acaso, aunque no haya una consciencia plena de ello, por pura apetencia o necesidad.

Por ello, miles de personas, algunos creyentes, muchos paganos, descenderán a las playas y a los ríos, y en la noche techada de estrellas, sin percatarse a ciencia cierta, admirarán el fuego y mojarán sus pies con las aguas de la noche que saluda alborozada la llegada del verano, del fin de un ciclo agrícola y comienzo de una nueva etapa de la Madre Naturaleza, como se ha hecho siempre con más unción y veneración, con más subyugación y seducción, necesitando escuchar el crepitar del fuego, la cadencia de las aguas del mar enarbolando olas o el discurrir silencioso de los ríos. La Nit de sant Joan, la noche sagrada del fuego y el agua.

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