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Vigilancia miserable

Hay en el ambiente una actitud muy extendida que, a falta de mejor nombre, llamaría miserabilismo vigilante y que consiste en detectar la sombra ominosa de la corrupción en el fondo de cada carajillo (o gin tonic) no registrado. Nunca se me ocurriría minimizar la fuerza demoledora de la corrupción porque demuele la confianza, los recursos y el ánimo ciudadano, pero como pasó con el chalet de Pablo Iglesias (y señora), comprado con la correspondiente hipoteca, en la detención y registro de Jorge Rodríguez y sus íntimos en la Diputación veo más ruido que nueces. Y, cuidado, no digo que no haya nueces.

Cuando echó a andar el bipartito botánico, con la tercera pata oculta pero en plena asistencia, a un amigo mío le ofrecieron un cargo por menos dinero del que ganaba como funcionario. Es una muestra insigne del miserabilismo al que me refería. El desdoro de los salarios, el envilecimiento de la calidad de los empleos (y de los jamones) y las malandanzas de los yonquis del dinero o crisófilos, han arrojado al mundo una panoplia de desconfianzas ratoneras y cuentas de la vieja, pero sólo los tontos o los norteamericanos pueden llegar a pensar que los políticos han de ser un dechado de virtudes o un ejemplo de ciudadanía.

No lo son. Ni falta que hace. Para ejemplos ya están los santos, los sabios y los guerreros (si, además, son poetas, mejor), pero la política es otra cosa y si un señor se va a Bruselas bien descansado en un asiento de primera y redacta un buen discurso en defensa de nuestros pescadores o de lo que quede de la industria naval, y lo pronuncia con pasión y se busca aliados, será un dinero bien gastado. Cuidado: los que creen en la transparencia perfecta son aún peores que los tontos y los norteamericanos pues tal circunstancia solo es posible en las paredes de cristal de las jaulas del totalitarismo insomne. En algún momento habrá que fundar el juego político en la regla de oro: nosotros confiamos en usted, no nos defraude. Y que cada cual pague por sus fechorías. Y que los jueces (y fiscales) hagan su trabajo.

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