Afirmaba el sabio español, y premio Nobel de medicina en 1906, Santiago Ramón y Cajal «que en las ciencias naturales habían sido ya, desde hacia una centuria, definitivamente abandonados los principios apriorísticos, la intuición, la inspiración y el dogmatismo». A don Ramón - un gran conocedor de la naturaleza humana y los bosques - le atraían las montañas, la naturaleza y sus misterios desde la más temprana edad, cuestión que aprovecharía para ir poblando de nomenclatura botánica el complejo mapa de cerebro en el que se iba adentrando. Pero la mente, que es aún más compleja que el cerebro, ha resultado mucho más fácil de manipular. Para que funcione la maniobra hay que alimentar prejuicios con tenacidad, crear contradicciones ficticias, difundir rumores sin fundamento y sobre todo excitar sentimientos y emociones primarias: ansiedad, pánico, destrucción, fatalidad, terror, muerte€ Los incendios forestales ponen a prueba nuestra capacidad de entendimiento y de la sociedad.

Lo primero que resulta carbonizado en un incendio forestal es la verdad, en especial la botánica. De forma instantánea las especies vegetales pierden su nombre científico para pasar a considerarse un mero combustible. En el trágico incendio de Llutxent, que ha calcinado más de 3.000 ha, se han visto afectadas por el siniestro varias microrreservas de flora con especies de fauna protegida y flora endémica, y un paraje protegido, el «Surar», que acoge al bosque de alcornoques centenarios más meridional de la Comunitat Valenciana. No es solo leña muerta y hierbas secas lo que arde, lo que se esfuma es la biodiversidad.

Cualquier incendio arroja datos desesperantes y no es de extrañar que los diferentes implicados traten de salvarse de la quema acudiendo a afirmaciones del tipo: «el bosque mediterráneo necesita el fuego para regenerarse» especialmente «cuando está ya demasiado enmarañado y maduro». Para terminar de retorcer el argumento falaz hay que añadir el ingrediente emocional «desgraciadamente los montes mediterráneos han sufrido históricamente y sufrirán incendios». He aquí un buen compendio de obviedades, de falsedades botánicas y de una terrible renuncia cargada de impotencia con apelación a la fatalidad.

Veamos. Aunque no sabemos con certeza absoluta si en épocas geológicas pretéritas existieron ecosistemas mediterráneos, de lo que si podemos estar seguros es que el fuego ya existía. En el incendio de Llutxent la causa apunta a un rayo latente. Se les conoce también como rayos dormidos o silenciosos, y se producen cuando hay tormentas con aparato eléctrico y un rayo descarga sobre un árbol quedando el interior sometido a un proceso de lenta combustión, llamado de carbonización, en el que no se emite llama. Hasta que pasadas unas horas, o días, empieza a manifestarse al exterior dando lugar a un incendio.

No hace falta apelar a confusas explicaciones. Si nos atenemos a las estimaciones de la NASA, cada segundo que caen 40 rayos en algún punto del planeta, al tiempo que simultáneamente tienen lugar unas 2.000 tormentas. Es decir, la caída de rayos es continua. A lo que hay que añadir que las descargas eléctricas en forma de relámpagos pueden calentar el aire entorno a él hasta alcanzar los 30.000 ºC, una temperatura ciertamente infernal. Lo que plantea una seria cuestión: ya que menos del 5 % de los incendios forestales tienen como causa de inicio los rayos. Los bosques se resisten a los rayos.

Descargan preferentemente en las zonas continentales, es decir en tierra, especialmente en las zonas ecuatoriales y en las grandes regiones montañosas del planeta. Por continentes, África es el que más impactos de rayos recibe. Si nos centramos en la región mediterránea las altas cadenas montañosas que lo circundan y las cálidas aguas del mar Mediterráneo son un buen caldo de cultivo para los rayos. Pero entonces ¿Por qué no hay cada año oleadas de grandes incendios forestales en el norte de África, y si en el sur de Europa, siendo que ambos comparten el mismo tipo de clima y vegetación?

Continuemos. Los incendios forestales reiterados y la riqueza en biodiversidad que caracteriza a los bosques son poco compatibles. En la región mediterránea europea los incendios repetidos para un mismo lugar se sitúan entre los 20 y los 50 años, lo que imposibilita el establecimiento de bosques maduros y reduce drásticamente la biodiversidad. Es lo que está sucediendo con la vegetación calcinada en el incendio de Llutxent, que ya ardió hace 40 años.

Otras afirmaciones sostienen que «la naturaleza es capaz de reinventarse». Es otra obviedad, un tanto culposa. En los escasos bosques inalterados por la acción humana que aun quedan en el planeta, sean estos tropicales, boreales, alpinos o mediterráneos, se pueden producir incendios causados por rayos. Es cierto que esta perturbación tiende a cicatrizarse con el paso de los años al crecer de nuevo la vegetación y los árboles a partir de las semillas, rebrotes de raíz y troncos provistos de cortezas aislantes y otras muchas estrategias de regeneración. Pero esta perturbación de gravedad modifica profundamente la composición florística, la estructura forestal y las interacciones entre los organismos que conforman la biodiversidad. Cuando un primer incendio destruye un árbol centenario, su relevancia a nivel ecológico y ambiental no es, y no se debe admitir, comparable a la presencia de los más de 500 pimpollos o rebrotes que crecen al poco tiempo a su alrededor. El paraje del «Surar» calcinado en el incendio del Llutxent tardará más de un siglo en volver al estado en el que lo hemos conocido.

El laureado investigador del cerebro sostenía que la ciencia y la educación eran el camino por el que toda persona "puede ser si se lo propone constructor de su propio cerebro, y aun el peor dotado es susceptible, al modo de las tierras pobres, pero bien cultivadas y abonadas, de rendir copiosas mieses". Esperemos pues que nuestra sociedad, y de forma especialmente urgente todos los políticos, podamos aprender algo no demasiado complejo: que los incendios se apagan en invierno, con la aprobación de los presupuestos. En Llutxent, ante un dolor insoportable y la impotencia de no haber hecho lo que toca, el bosque huele y sabe a rayos.