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Apaga y vámonos

A España le faltan luces. Y no me refiero solo a la eléctrica, que sigue encadenando máximos históricos en una factura que empieza a ser desorbitada. Un incremento del 86% en los últimos quince años, cuando la renta media apenas se elevó un 38% en ese periodo, da una idea de la magnitud del desaguisado. La nueva subida del suministro eléctrico vuelve a poner en tela de juicio su fiscalidad. Y es que se trata de un servicio que, debiendo ser considerado como básico, sin embargo, sigue tributando como si de un artículo de lujo se tratara. Supongo que nadie aprieta el interruptor porque le venga en gana, sino por necesidad. También faltan luces para darse cuenta de esa realidad.

Cabría esperar el gobierno de Pedro Sánchez reaccionara con medidas contundentes. Como proponen las asociaciones de consumidores, es el momento de corregir el despropósito de gravar la electricidad con un IVA del 21% y, cuando menos, situarla en ese 10% que repercute en bienes y servicios indudablemente menos prioritarios para el ciudadano de a pie. Motivos hay para ello, porque somos uno de los países europeos que aplica un IVA más elevado al suministro eléctrico. No digo que lleguemos a ese 5% del que disfrutan los británicos, pero tampoco es cuestión de pagar lo mismo que los países nórdicos. Tiene narices que solo nos asimilemos a éstos en la fiscalidad que se aplica a la electricidad. Visto que somos los reyes del "cut and paste", ya podríamos plagiarles algo más beneficioso.

Si en algo demuestra especial valía el gobierno actual, es en el arte de vender humo. De ahí que se pretenda obtener un nuevo golpe de impacto con el anuncio realizado por Teresa Ribera, ministra para la Transición Ecológica, respecto a la suspensión temporal del impuesto a la generación eléctrica, uno de los distintos gravámenes que repercuten en la factura de la luz. Adviertan que no se trata de suprimirlo, sino de dejarlo en "stand by" durante un tiempo que se presume breve. En la práctica, este nuevo brindis al sol apenas conlleva el ahorro de un par de euros mensuales en el bolsillo. Por tanto, no se llamen a engaño que la medida es de vergüenza, aunque menos da una piedra. Hubiera sido de agradecer que se estiraran algo más porque la situación pinta fea. Ya podrían concedernos una más generosa rebaja en la fiscalidad que repercute directamente sobre el consumidor final, como el IVA o el impuesto especial sobre la electricidad. Dicho sea de paso, este último es uno de esos ejemplos que provocan cierto sonrojo por tratarse de un gravamen que, al margen de serlo en si mismo, también constituye parte de la base imponible del IVA. En otros términos, un impuesto por el que también pagamos otro impuesto. Echen un vistazo a la factura de la luz -o la del agua, que viene a ser el mismo desmadre, aunque con menos IVA- y alucinen un ratito.

Hay que reconocer que la bajada de la luz va a ser tan rácana como, por otra parte, comprensible. Ya me dirán de dónde diablos obtendrían los más de 5.000 millones de euro con los que piensan incrementar el techo de gasto, si no es a costa de rascarnos más los bolsillos. Para eso estamos. Ahora bien, el equipo de Pedro Sánchez sigue adoleciendo de falta de cohesión y, cuando alguien presenta una idea, siempre aparece quien acaba por jorobar la jugada. El paradigma fue el propio ejemplo del presidente, dejando en entredicho a la ministra de Defensa, Margarita Robles, por su oposición inicial a vender bombas a Arabia Saudí. Por cierto, tranquiliza saber que fabricamos bombas tan justas que solo hacen daño a los malos y que, como declaraba la ministra portavoz, Isabel Celaá, "no se van a equivocar matando a yemeníes". Alta tecnología española ¡qué diablos!

En esta ocasión, el lío se ha montado con la subida y bajada de impuestos de distinta naturaleza. Como les decía, desde el ministerio para la Transición Ecológica -bonita denominación, por cierto- aseguran que nos vamos ahorrar 25 euritos al año en la factura de la luz. Pero ¡ay! también la ministra de Economía, Nadia Calviño, entra en escena y nos avisa que es el momento de subir los impuestos porque disponemos de una "robusta" economía. Cierto es que ha mejorado. Otra cosa es que sea oportuno incrementar la presión fiscal, en vez de conseguir una más eficaz persecución del fraude, que por algo nuestro dinero negro -ojo, de ricos y no tan ricos- equivale al 17% del PIB nacional. Y, aprovechando el razonamiento de la ministra, si las cosas van tan bien ya podrían dejar de castigarnos con los disparatados impuestos de ese servicio básico que, insisto, es la electricidad. En cualquier caso, una ministra nos vende una irrisoria bajada de la luz y, al tiempo, la otra nos avisa que ha llegado la hora de aflojarse aún más el bolsillo. Falta de coordinación. Supongo.

Perdidos entre si hay que bajar o subir los impuestos, aparece la tercera protagonista de esta suerte de tragicomedia gubernativa. Ahora es la ministra de Hacienda, María Jesús Montero, quien le da por aguar la fiesta a su colega de la Transición Ecológica y nos avisa de que el diésel también va a subir. Vale que hace años me pasé a la sin plomo, pero hay que ser solidario con los millones de españoles que aún tiran del gasóleo. Un aumento de 40 euros al año no es para escandalizarse, pero el argumento de Montero ("prácticamente no se va a notar") tira por tierra la importancia de la rebaja de la factura de la luz. Porque, si 40 euros no van a ninguna parte, menos aún lo harán los 25 que nos ahorraremos en el gasto de electricidad. Vaya, que las matemáticas de Montero demuestran la tomadura de pelo de la rebaja de la luz que propone Teresa Ribera. O al revés, que lo mismo da.

Y, mientras tanto, el director de orquesta ocupa su tiempo en amenazar con querellas, enviar burofaxes y prometer una nueva edición de su libro, que posiblemente acabe plagado -que no plagiado- de comillas. Apaga y vámonos, que esto empieza a sonar a cachondeo.

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