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Paisaje después de la secesión, visto desde València

Antes de hablar de la Republica Catalana, déjenme señalar que hablar de un «futuro» es una forma de enmarcar aquello que es posible (no confundir con probable) con la información que tenemos en el presente. Cuando un futuro es posible, el paso siguiente es pensar en la probabilidad de que ocurra (poco, muy, medianamente€.probable) El final del razonamiento sobre los futuros consiste en decidir lo preferible.

Si una situación es posible y tiene «a priori» una cierta probabilidad de ocurrir y se estime como no deseable, la racionalidad humana conduce a prepararse para mitigar sus consecuencias. El ejemplo lo hemos tenido estos días, el «futuro» de trombas de agua muy dañinas, la historia de cada lugar nos dice que son posibles aunque sean poco probables, pero razonamos e intuimos consecuencias duras que tratamos de minorar con el esfuerzo de todos.

En un sentido u otro, el problema catalán nos ha afectado durante los últimos años, no solo es pasado sino presente al afectar a la actual gobernabilidad del Estado y los independentistas hablan de efectos contundentes en los próximos meses.

Es un tema que también afecta a quienes no vivimos en Cataluña; de hecho somos los grandes olvidados en un debate que quiere restringirse al Gobierno del Estado/Madrid y al nacionalismo catalán. Son muchos los conciudadanos que en este tema presumen de una posición equidistante resolviendo sus posibles dudas con una especie de tautología: «La cosa se resuelve con mucha política y mucho diálogo y la sangre no va a llegar al rio»; curiosamente ni una sola palabra acerca de cómo financiaríamos el resultado de una equidistancia inevitablemente muy cara. Sin duda, en cualquier conflicto, dialogar entre las partes es una condición necesaria para resolver problemas, pero desgraciadamente no es condición suficiente. Tampoco, ningún dialogo por sí mismo, resuelve problema financiero/ fiscal alguno. O alguien paga mas o alguien gasta menos.

Llegados al punto actual del procés puede tener sentido que con la mayor frialdad que nuestras cabezas puedan desarrollar (el capítulo de los sentimientos es incontrolable) nos pongamos a considerar uno de los «futuros» posibles, sin que ello suponga asignar probabilidad alguna a su ocurrencia y mucho menos hablar, por ahora, de lo preferible. Somos muchos a opinar en una democracia.

Pongámonos en la posibilidad de que en dos años el soberanismo por el mecanismo que sea, consigue que la República Catalana sea un hecho y que ello se haya dado sin grandes violencias, con la Unión Europea y el ejército de simples observadores. Este punto de partida es posible y así lo estiman los millones de catalanes que votan a favor de la secesión del estado español, que están convencidos que se integrarán en la UE y que ello ocurrirá con violencias no muy importantes.

No es el momento de asignar probabilidad alguna, solo intentemos vislumbrar con la mayor gallardía intelectual posible, aquellos acontecimientos que razonablemente pueden acompañar a esta situación. De la misma forma que cuando un oncólogo estudia y describe la posible evolución de un tumor, ningún paciente piensa que el médico desea que este sea maligno, describir uno de los «futuros» posibles de lo que ahora llamamos el Estado de las Autonomías del Reino de España, no significa que uno apueste por esta evolución concreta:

1) Al proclamarse la República Catalana, la actual Constitución habría sido superada y los recursos al tribunal constitucional carecerían de sentido.

2) Las comunidades forales de Euskadi y Navarra, que ya en la actualidad viven muy ajenas a lo que llamamos España, serían también independientes, ya que con este objetivo mucha sangre se ha derramado desde aquellas tierras, tanto antes como después del paso del franquismo a la democracia.

3) Las Islas Baleares se plantearían su unión a la nueva república catalana, los lazos son muy intensos y su supervivencia al margen de Cataluña sería muy complicado. No en vano, negocian la financiación conjuntamente.

4) Galicia y la Comunitat Valenciana tendrían que plantearse si su actual nacionalismo las lleva a moverse hacia estados independientes.

5) En el caso que gallegos y valencianos optaran por seguir su devenir histórico de forma independiente a España, y con la lógica de que comunidades autónomas uniprovinciales Asturias, Cantabria, Murcia y la Rioja e incluso Canarias no son factibles fuera de un territorio español más amplio. Lo que llamaríamos resto de España queda con una gran capital Madrid, una sola lengua oficial, la parte más desértica de la península, un acceso más complicado al Cantábrico y al Mediterráneo, los pasos históricos con Europa (Irún, Portbou) en manos de nuevos estados, etc.

Este nuevo mapa puede ser sorprendente y desagradable para muchos, pero para bien o para mal es posible, no lo desprecien por imposible, ni siquiera por improbable. No maten al mensajero.

La Comunitat Valenciana tendría que tomar sus decisiones entre tres opciones: a) Quedarse como parte del resto de España; b) ir hacia un estado independiente; c) integrase como parte de una entidad política que conocemos como Països Catalans. Llegados a este punto de este «futuro» especulativo sin duda, pero no improbable, sería bueno que los valencianos empezáramos una meditación, lo más serena posible, con preguntas parciales sobre lo que queremos o nos conviene: ¿Podemos mantener o superar nuestras actuales cotas de estado del bienestar con un estado propio? ¿Sería preferible ser la segunda capital de territorios con capital Madrid o con capital Barcelona? ¿Cuál es el compromiso europeo que estamos en condiciones de defender en el caso que la UE no aceptara una Cataluña independiente? ¿Qué sacrificio estamos dispuestos a hacer, si alguno, para que Cataluña no se vaya de España?...

Asumir la incorrección política es imprescindible para estos debates.

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