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La última hoja del calendario

La despedida de un año y el principio de otro nuevo es la tradición más extendida del planeta. La fiesta de Nochevieja se ha impuesto. Situada en el ecuador de los festejos navideños se ha convertido en un jolgorio generalizado. Un rito de paso imprescindible en nuestro entorno cultural que ha adquirido dimensión global; la globalización festera que no parece generar demasiada oposición.

La elaboración del calendario que todo lo guía ha seguido un proceso histórico largo. Pero es este el instrumento más necesario en la organización cronológica de la actividad humana, así que su sistematización corrió paralela a la civilización y se hizo imprescindible con la complejidad de la sociedad misma. Los ciclos lunares y solares marcaron la medida del tiempo. No podía ser de otro modo. Nuestra dependencia del astro rey y de nuestro fiel satélite es incuestionable. De hace miles de años nos llegaron restos de los "primeros calendarios" de Escocia a Sumer o Egipto, cada uno adaptado a su punto de observación. Parece que mayas o persas fueron astrónomos hábiles. Las fases de la Luna y la posición de los planetas y el Sol en el cielo fueron referencias en la medición temporal. Los egipcios fueron duchos en dividir el día en 24 partes y en observar el ciclo solar, el año, con anotaciones precisas basadas en las crecidas periódicas del Nilo hace milenios.

Roma, llamada a ser el gran imperio que culminó la antigüedad, controló a Cronos (Saturno) desde el siglo VIII a.C. hasta la reforma de Julio César, de impresionante precisión, para aquel momento. Cierto que su año se iniciaba oficialmente -según algunos estudios- en Martius (marzo) el mes de homenaje a Marte, dios guerrero, cuando se renovaba el fuego en el templo de Vesta y las tropas se aprestaban a las conquistas, pasados ya los meses más oscuros y fríos. Con un margen de error pequeño, el astrónomo de César, el alejandrino Sosígenes, organizó el ciclo anual manteniendo los doce meses, con un total de 365 días y seis horas. El "juliano" entró en vigor en el 45 a.C. Perduró hasta el siglo XVI. Y nos quedan de él los nombres de los meses, de sus dioses y números, incluyendo errores curiosos. Son Martius; Aprilis; Maius; Iunius; Julius; Augustus; September; October; Nouember; December; Ianuarius; y Februarius. Nuestros dos primeros, fueron sus dos últimos meses en algún momento. Sus "séptimo", "octavo", "noveno" y "décimo" (septiembre, octubre, noviembre y diciembre) corresponden a nuestros noveno, décimo, undécimo y duodécimo? Pero ahí seguimos fieles al título. Julius (julio) y Augustus (agosto) se habían llamado "quinctilis" y "sextilis", pero el primero se rebautizó en homenaje a Julio César y el segundo -no podía ser menos- en homenaje al gran Augusto. Y para no desmerecer de los meses más grandes, les dieron 31 días restándoselos a febrero. Antes de que Julio César lo oficializara habían sido frecuentes las alteraciones y manipulaciones de los políticos para trucar las fechas de sus cargos. Eso cambió. Ptolomeo de Alejandría, hacia el siglo II, organizaría los primeros almanaques.

Pronto los romanos festejaron el año nuevo en Ianuarius (enero) pues era el "mes político", cuando tomaban posesión los cónsules que debían prepararlo todo. Enero es Jano, el dios romano de las dos caras, el de la puerta, el viejo y el joven, el que finaliza y el que empieza. Invitaban los romanos a sus amigos a miel e higos. Parece que tenían por costumbre regalar un puñadito de lentejas en un saco como símbolo de prosperidad... Las lentejas pasan por ser las legumbres de cultivo espontáneo e intencionado más antiguas y desde el Creciente Fértil, a la India y Egipto se esparcieron por el Mediterráneo con las colonias fenicias y griegas. En un pasaje bíblico entre Esaú y Jacob está el origen de "venderse por un plato de lentejas" perdiendo el hambriento Esaú su primogenitura. Luego los romanos y su imperio las expandieron. Hoy sigue siendo una tradición en Italia comerse un plato de lentejas el último día del año o empezar con ellas el nuevo, tradición extendida por la emigración a muchos países de latinoamérica. Nuestras "uvas de las doce campanadas" son más recientes. A fines del XIX era costumbre en algunos países europeos vitivinícolas y aquí, entre nosotros, se puso de moda por un excedente de cosecha en 1909.

Volvamos al calendario. El panteón de dioses romanos se vio vencido por el cristianismo. Constantino el Grande le dio legitimidad a la nueva religión en el año 313; su madre es ya la Santa Elena del devocionario católico. Con el Edicto de Tesalónica, "cunctos populos" (a todos los pueblos), el emperador Teodosio, en febrero del año 380, convirtió en religión oficial del Imperio el cristianismo. A partir de ahí la máquina organizativa, diplomática, de gobierno y de cultura de la Iglesia tendría mucho que decir en todo. Los ritos religiosos, asociados al culto, impregnaron la vida de muchos pueblos. El desajuste del cómputo de edades provocado por la pequeña inexactitud del juliano se fue acumulando y en 1582 el papa Gregorio XIII ordenó, en base a buenos estudios, su puesta al día. Se descontaron diez días ese año y del 4 al 15 de octubre se pasó en uno. Aquel nuevo reajuste hizo "más preciso el tiempo". Un error de un día cada 3300 años.

El inicio del "gregoriano", el actual, no fue unánime en occidente. La división de la Iglesia hizo que ortodoxos y protestantes no asumieran la propuesta de Roma. El Reino Unido solo se sumó en 1752. Rusia fue más reticente y se impuso 1917 tras la Revolución de Octubre, que para nosotros fue en noviembre. En algunas regiones de Asia no se adoptó hasta 1940. Hoy el gregoriano es el más seguido.

En la medición temporal hay hechos no arbitrarios: el recorrido de la Tierra alrededor del Sol; la importancia de las fases de la Luna y que el día es la vuelta aparente del Sol a la Tierra o de la Tierra sobre su eje. Hubo muchas tonterías y arbitrariedades. Los "revolucionarios franceses" alteraron el inicio anual y pusieron a los meses títulos relacionados con el clima, la vegetación o las labores del campo (vendimiario, nivoso, ventoso, brumario, germinal, termidor?). Pocos se lo tomaron en serio y decayó. Luego los nazis utilizaron días para loar a su gran patria y a sus líderes. Hubo más ejemplos de dictadores "años triunfales". ¡El a medida de quien manda!

La división y duración de las semanas ya es menos dependiente de fenómenos incuestionables; es más convencional. Nuestra semana es de raíz católica, basada en el Génesis y la creación del mundo en seis días y uno de descanso. En otros pueblos se ha optado por semanas de menos días; o de más. Lo de las horas del día es resultado de una convención social más. Para reglarla nacieron los relojes desde la clepsidra (de agua) hasta el reloj solar de los egipcios ptolomeos, o el de arena, pasando por los relojes mecánicos de los monasterios e iglesias en el siglo XIV, hasta la moda de los de bolsillo (XVII) o los de pulsera, popularizados a principios del siglo XX, conocidos antes. Los humanos queremos controlar, dominar nuestro tiempo. Le rogamos que no marque las horas cuando de disfrutar se trata. ¡Cómo si fuera posible!

Y en eso de la medición cronológica algunos pueblos como los chinos, musulmanes o judíos, mantienen su vinculación al ciclo lunar más que al solar. El calendario, del latín calendas, "calendarium" o libro de contabilidad periódica; o la versión árabe almanaque (ciclo anual) es un registro de días del año divididos por meses y semanas que incluye anotaciones astronómicas, fiestas religiosas y civiles y otros. Formados por hojas sueltas, colgadas de una cuerda en las viejas librerías podían añadir textos literarios, los pliegos de cordel. La dependencia temporal hizo los almanaques. Aún se sigue editando el viejo "calendario zaragozano" de 1840.

Cronos inexorable marca la vida. Junio y diciembre, el primero, el de la diosa Juno, es el sexto del año, el del solsticio de verano; y diciembre, que no es diez sino doce, el último y el del solsticio de invierno. Son meses importantes. Durante siglos, por estos nuestros lares, se elegían los gobernantes y jueces de pueblos y villas y se pagaban los impuestos. Sigue un poco así. Declaramos nuestras obligaciones con la hacienda y recibimos, si somos afortunados, muestras pagas extras.

Toca ahora dejar caer "la última hoja del calendario de 2018". Hagámoslo recordando dos breves sentencias sabias de Virgilio y Horacio respectivamente: "Tempus fugit". "Carpe diem". Es fugaz el tiempo. Disfruta el momento. Que 2019, pese a la fugacidad, nos permita disfrutar.

[Domené Sánchez, Domingo (2010). "El origen de las fiestas: la cristianización del calendario". Ediciones del Laberinto. Carreño, Myriam (1991). "Almanaques y calendarios en la historia de la educación popular". Revista de Educación (acceso libre).

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