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A vuelapluma

Alfons Garcia

Votar o vivir con miedo

Fin. No es empezar por el final, ya me gustaría saber qué va a pasar y qué ha pasado; es resoplar con inquietud ante lo que está por venir a la vista de lo que ya ha venido. La prensa está llena estos días de artículos pidiendo el voto y ejercicios de responsabilidad. No hagan caso y actúen como quieran: voten a unos o a otros, háganlo con esperanza, con resignación o con indignación. O no voten, están en su derecho también. Lo importante es saber que lo que por primera vez está encima de la mesa es poder continuar haciendo lo que queramos o aupar a quien pone en entredicho algunos de los derechos adquiridos en los últimos 40 años. Lo peor no son las propuestas sino las actitudes, el hecho de repudiar con descaro el sistema (no se trata de partidos, sino de España, dicen) y permitirse distinguir entre buenos y malos españoles. Igual que los vecinos independentistas del norte diferencian entre unos catalanes y otros. El esquema es sencillo y es el tabique de carga del populismo: los nuestros y los otros, los de otra ideología, otra nación, otra raza, otra orientación sexual... Hay derechos de unos y de otros, no son los mismos. Los otros pueden estar entre nosotros, pero no son iguales. Eso está en juego.

No es bueno votar con miedo, pero es peor vivir con miedo. Después de mucho tiempo, uno tiene la percepción de que ha vuelto el miedo. «Miedo de qué», se preguntaba ayer Casado en València. Esa es la cuestión, que no han necesitado ser la mayoría para traer el miedo a algo desconocido, que no es el fascismo de antes, aunque tiene un marco de presentación que recuerda a aquel.

Algún día habrá que pararse a pensar cómo hemos llegado hasta aquí. Lo más inquietante en esta jornada de reflexión no es la incertidumbre ante lo que ocurrirá mañana, sino la ignorancia sobre lo que ha pasado. Me parece demasiado cómodo pensar que somos la última pieza en una estrategia internacional de desestabilización de las democracias occidentales. Es evidente que existe una guerra subterránea de grandes poderes y potencias económicas (al final todo es poder y dinero), pero es de ingenuos no aceptar que 40 años de comodidades democráticas han creado un sustrato de repudio hacia unas castas políticas y financieras señaladas como privilegiadas y manchadas de corrupción. La percepción de que la salida de la gran crisis ha sido a costa de unos y no de otros, a pesar de que las responsabilidades de los últimos en ella eran mayores, ha dejado unas secuelas que tal vez aún no hemos calibrado. La guinda del pastel explosivo ha sido una Cataluña en fuga. El ingrediente que faltaba.

Y ahora estamos aquí, un 27 de abril de reflexión, ante unas elecciones generales y autonómicas en las que ha habido muchas banderas españolas y de partidos, pero casi ninguna valenciana, lo que no deja de ser simbólico, igual que no deja de ser un indicio la escasa presencia de los que deberán ser los representantes de los valencianos en Madrid. Ahora estamos aquí, impregnados de incertidumbre y, por qué no admitirlo, de miedo. Pero no de cobardía. Hagan lo que quieran. Eso está en juego: seguir haciendo lo que queramos.

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