En la sesión de apertura de la XIII legislatura en el Congreso de los Diputados, el protagonista fue sin duda Don Ramón María del Valle-Inclán, encarnado clónicamente en el presidente de la Mesa de Edad del Congreso, el socialista Agustín Javier Zamarrón, auténtica estrella de la jornada y testigo de excepción del homenaje al esperpento en que se convirtió una sesión donde, algunos diputados electos prometieron o juraron por la República, acatar la Constitución, y lo hicieron con un derroche de libertad de expresión del mismo modo que una novia daría el “sí quiero” ante el cura, llevando como padrino a su amante y anunciando sin reparos que esa noche se acostaría con él y no con su futuro marido.

Mientras esto sucedía, cuatro presuntos presos políticos (que para otros no eran más que presuntos políticos presos) se sentaban —buen aspecto, bien trajeados— en su escaño del Parlamento del mismo país —para ellos fascista y opresor— que los mantiene encarcelados. Delirante y esperpéntica situación.

En la segunda fila y cercanías, 24 energúmenos emulaban a los simios de la primera escena de 2001, Odisea espacial, profiriendo gruñidos acompañados de patadas y agitando los brazos para que nadie escuchara jurar o prometer a ciertos diputados bastardos, de esos que hablan lenguas distintas a la de la España grande y libre que ellos tanto añoran.

Desde los tiempos en que Blas Piñar era diputado de Fuerza Nueva, y también desde el golpe de estado de Tejero, nunca había planeado la sombra de Franco con tanto gracejo como lo hizo el martes en el Parlamento. Y lo preocupante es que esto y mucho más, sucederá durante los próximos cuatro años, marcando un cuatrienio que a las mentes presuntamente sanas tal vez se nos haga largo en exceso.

En lo que respecta al flamante estreno como presidenta del Congreso de Meritxel Batet, la exministra socialista se enfrentó ante la primera situación difícil de las muchas que le esperan como tercera autoridad en el Reino de España. A título personal, quiero dejar constancia de que aún no tengo claro si la señora Batet salió o no airosa del envite. Aunque, en cualquier caso confío que ante la previsible reincidencia con que la ultraderecha promete amenizar las sesiones de la legislatura que ahora empieza, la presidenta del Congreso sepa actuar con autoridad y aplicar las expulsiones pertinentes ante cualquier comportamiento bronco de los diputados más indisciplinados. Y sobre todo, hacerlo antes de que se le escape de las manos el control, para evitar que las Cortes se conviertan en un planeta de simios nostálgicos, de esos que lanzan un hueso al cielo y profieren gruñidos a la espera de que un monolito anuncie la Resurrección del Generalísimo —por poner un ejemplo— mientras otros diputados bailan sardanas y sueñan con su República, al mismo tiempo que Albert Rivera protesta a gritos, en busca de protagonismo, con la cara roja y atiborrada de tics faciales.

Ay señor, señor, la que nos espera.