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Teresa Domínguez

Con duende

Teresa Domínguez

Cruzar el Mississippi: un viaje sin retorno

Morbo. Proviene del latín morbus. Significa enfermedad. Literalmente. Y literalmente describe a quienes, recuerda la RAE, muestran un «interés malsano por personas o cosas» o «atracción hacia acontecimientos desagradables». La delgada línea que separa el instintivo interés humano por la desgracia ajena del morbo se convierte en un trazo insoportablemente oceánico cuando el acontecimiento desagradable es el asesinato de Toñi, Míriam y Desirée. Corrijo, no el crimen en sí, deleznable como toda violencia machista, que lo es, sino la gigantesca máquina de hacer dinero en que propios (un padre y sus acólitos) y extraños (una horda de fabricantes de noticias) convirtieron, convierten y convertirán el caso Alcàsser. Como bien recordaba mi compañera, la excelente periodista Yolanda Laguna, «una cosa es el crimen de Alcàsser y otra, muy distinta, el caso Alcàsser», esas metástasis que llevan 26 años y medio convirtiendo en podredumbre lo que únicamente debería haber sido el inmenso duelo por tres niñas asesinadas cuando empezaban a asomarse a la vida. Solo así, desde ese concepto de enfermedad, patológico y corrosivo, se explica la implacable ansia por fabricar día tras día una nueva pieza periodística, tenga el formato que tenga -ojo, es cierto, salvaría unas cuantas, pero contadas casi con los dedos de una mano-, para no desaprovechar ni una migaja del pastel. Todos quieren su porción. No hay novedad, más allá del destape de la caja de Pandora que ha supuesto el documental que Bambú Producciones ha creado para Netflix, un trabajo serio, riguroso, delicado y clarificador, y que, aún así, muy a pesar de su director, Elías León Siminiani, ha sacado de las catacumbas algunas de las peores caras de nuestra profesión. Han cambiado los Navarro, las Herrero y los Lobatón. Hoy son otros quienes deciden desde sus despachos las escaletas, los minutajes y los alzados, pero los errores son muy similares. El disfraz es más moderno, pero bajo el quebradizo maquillaje asoman las mismas muecas. Esperpentos de una profesión necesaria como pocas. Y no es que hayamos vuelto a descender a los infiernos. Es que nunca nos quisimos ir de allí. Cuando se cruza un río como el Mississippi, no hay vuelta atrás. Demasiado tentador, demasiado beneficio, demasiados egos. Y un olvido: las guindas de ese pastel, que bajo la frágil cobertura de nata solo encierra sierpes y anélidos, son los cuerpos inertes y maltratados de tres adolescentes. Sería todo un gesto dejarlas descansar en paz de una vez por todas.

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