Como la mayoría de los españoles, sigo con una mezcla de perplejidad y creciente enfado la incapacidad de PSOE y Podemos para ponerse de acuerdo y dar los primeros pasos para formar Gobierno, apreciando que la generosidad no está entre sus virtudes principales. No me sorprende apreciar una pulsión abstencionista en los electores de izquierda -menos los que, aquí, votarían a Compromis-. Para esto no hace falta disponer de potentes gabinetes ni empresas demoscópicas. Un poco de sentido común es suficiente. Al final votarán, o no, pero seguro que añaden algo de malestar a su mochila de agravios con "el sistema". Desde esta preocupación trataré de exponer algunas ideas sobre esta crisis que, entre otras cosas, a los valencianos vuelve a condenar a que no se inicien las conversaciones sobre una adecuada financiación.

Es tan extraña la pasividad mostrada por el PSOE -Gobierno en funciones, no lo olvidemos- que una parte de la ciudadanía tiende crecientemente a pensar que "hay algo" oculto, una razón invisible que impide avanzar. Ya sé que Pedro Sánchez y otros dirigentes se esfuerzan cada día en acumular argumentos, pero son tan insustanciales que ellos mismos deben darse cuenta de que bordean lo grotesco. En cualquier caso mantener esta franja de incertidumbre alimentará indefinidamente la sospecha. Desde luego el Gobierno breve de Sánchez no dio ni un paso para institucionalizar políticas de transparencia, y, por cierto, nadie habla de esta cuestión, en la que el Estado central se está quedando a años luz de muchas CC.AA. Sería deseable que otro "Gobierno bonito" se adornara con esta claridad que ahora no brilla por ningún lado. Demasiada gente con poder social diciéndole al PSOE lo que no debe hacer como para que nos ilusione y tranquilice.

Me apresuro a aclarar que puedo entender las reticencias a sentar en el Consejo de Ministros a Podemos. La vida de Podemos es la de una montaña rusa: sus alternancias en las subidas y bajadas electorales y de imagen han debilitado enormemente su credibilidad y les ha maleducado en la convicción de cada acción debe ser, a la vez, un gesto de alcance épico, redentor de pobres y sanador de conciencias, y una oportunidad irrepetible para sacar ventaja política inmediata, para cosechar una medalla como salvadores de algún pedazo herido de la patria. A ello debemos sumar la estéril afición a los plebiscitos, esos simulacros democráticos que sólo sirven para hacer crecer los modos autoritarios de un líder cada vez más autoritario. Es normal, pues, que eso no anime a incorporarlos a una gobernación tan estresante como será la de la próxima Legislatura. Pero, a la espera de Errejón y sus misterios, es lo que hay. Aunque bueno sería que en las voces de Iglesias y adláteres hubiera más concreción y menos retórica vana.

Pero tampoco lo que hay debe ser tan grave, teniendo en cuenta que el PSOE está pactando con Podemos en otras instituciones. Pero, sobre todo, no es tan grave si lo comparamos con las alternativas. Y la alternativa es un desmoronamiento de la participación, una preocupante abstención que, quizá, se enquiste con el actual impasse, dando argumentos a la extrema derecha a medio plazo. Porque esta vez difícilmente podrá el PSOE acumular fuerzas alimentando el miedo a la llegada de esa derecha. Y difícilmente será creíble si apela€ a evitar la abstención.

¿Pero de verdad es tan necesario y útil que Podemos entre al Gobierno? No lo sé. No lo sabe nadie, porque es inédito. Sólo la experiencia lo dirá. La cultura política del PSOE y Podemos están lejanas y eso plantea problemas añadidos. Pero no es menos cierto que es una contradicción insoslayable decir que se está a la espera de un acuerdo programático pero que, en ningún caso, Podemos estará en el Consejo de Ministros. Porque eso, precisamente, es una condición programática legítima previa, en sí misma considerada. Por otra parte una lección que todo político debería saber es que, a poco que las circunstancias lo permitan, la única manera de asegurar el cumplimiento de determinados acuerdos es estar en el órgano constitucional que los adopta. Estando se asume una responsabilidad. Quizá si la conducta de Podemos es tan espantoso como se deduce de algunas opiniones socialistas, los mecanismos de exigencia de responsabilidad política ordinaria lleven a Podemos a su hundimiento. Pero hoy por hoy tiene los escaños suficientes para pretender gobernar. El comportamiento del PSOE les da argumentos: si se trata de recordar que sólo hay un partido hegemónico en la izquierda que tiene como agenda oculta volver al bipartidismo -aunque sea con la UTE de Colón como contraparte-, es previsible que los representantes de muchos electores que, precisamente, no quieren eso, se enojen. Por decirlo suavemente. Los tiempos siguen sin estar para trágalas. Quizá sea muy terapéutico estrenar un auténtico Gobierno de coalición.

Lo peor, en fin, es que el resultado principal de esta fase de la política española es el crecimiento de la desafección ante la misma política. Con una peligrosa variable: ahora no aparece como principal causa la corrupción, sino la preponderancia de los intereses partidarios cortoplacistas frente al interés general: el egoísmo sectario en las exigencias y en las negativas. El peligro evidente, lo que no está en las palabras de unos y otros, es que las críticas ya rebasan los ataques a posiciones particulares para desgastar la propia democracia. La política, a fuerza de ser inútil, en sentido práctico, se vuelve mala, en sentido moral.