Parafraseando a George Sand, Un invierno en Mallorca, y contrariamente a su desdeño por los, según ella, toscos y retraídos lugareños, fue aprecio lo que sentimos nosotros, desde el primer momento, por el carácter abierto y tolerante de los ibicencos. Llegamos, hace unos cincuenta años, a la isla de Eivissa, con apenas veinte recién cumplidos. Era semana santa, en la que, por entonces, todo permanecía cerrado, salvo, en la noche del sábado, una discoteca, Lola's, que resiste, junto a la muralla de Dalt Vila.

Tras unos días apacibles, marchamos a Formentera, guitarra en ristre, a los acordes, de Wight is Wight, viva Donovan, aquel del Universal soldier. En la isla menor de las Pitiusas, tras visitar, en Sant Ferran de ses Roques, la Fonda Pepe, frecuentada por los primeros hippies, lugar recomendado por algunos iniciados, fuimos a dormir, con nuestros rudimentarios sacos de dormir, a una bien allanada parcela contigua. A la mañana siguiente, quedamos sorprendidos, al comprobar que nos habíamos instalado en unos terrenos destinados a la práctica de fútbol por la Escola Municipal. Primera, fallida, experiencia campista.

Tiempo más tarde volvimos a intentarlo, ya más avezados, en la isla de Eivissa, en las proximidades de cala Xarraca. Por fin, llegamos a Santa Eulària. Primero en el Hostal El Pinar de Cala Llonga, gracias a la hospitalidad de doña Antonia Noguera, que nos albergaba con facilidad, y nos permitía disfrutar de su compañía, y de la de sus hijos, hasta que, traspasada la gestión del local al grupo empresarial de turno, optamos por trasladarnos al lado norte de Santa Eulària, pasado el río, a S'Argamassa, un lugar más próximo a Sant Carles.

Y desde entonces, por muchos años, no se ha interrumpido nuestra relación amable con Santa Eulària des Riu. Más bien se ha acrecentado. Así, hacemos nuestras las palabras del poeta, Vicent Andrés Estellés, al despedirnos amorosamente cada año: «Teuladins de la plaça de Santa Eulària, adèu, m'en vaig, i no sé quan podré tornar a l'Illa». Desde Santa Eulària, cada sábado, acudimos puntualmente a Sant Carles, vamos a visitar el mercadillo de Las Dalias, sin saber bien el porqué, pues de sobra lo conocemos y apenas casi compramos. Pero sí sabemos que buscamos los rostros conocidos de quienes desde nuestra juventud nos acompañan.

El padre del historiador de Santa Eulària, Antoni Ferrer, resume de forma expresiva el éxito de la idea del fundador del mercadillo, Joan Marí, en 1954, hace pues 65 años: «Primero iban los de Sant Carles y alguno de Santa Eulària, después los ibicencos de Eivissa ciudad y los peluts, más tarde los primeros turistas y ahora todo el mundo». Seguramente acudimos a Las Dalias con asiduidad, porque creemos en un mundo más feliz, en el que los hippies - cariñosamente, los peluts - los que hubo y los que quedan, con su apuesta multicultural, pacifista, hedonista, solidaria, ecológica, y tolerante, concentrados mayoritariamente entre Sant Carles y Santa Eulària, contribuyeron en gran medida a trasladar a nuestro mediterráneo los cambios sociales más fundamentales de la segunda mitad del siglo XX. Y así queremos recordarlo, y continuar siendo conscientes de ello, cuando regresamos, cada verano.