¿Añoramos el bipartidismo? ¿Además de pluralidad, qué han aportado los nuevos partidos? ¿Cuánto tiempo aguantará la ciudadanía esta situación de bloqueo que amenaza con nuevas elecciones en noviembre? ¿Agotar a los ciudadanos a golpe de elecciones sería un modo de incitarlos a volver al bipartidismo en un intento de evitar periodos de ingobernabilidad como el que atravesamos?

Es un hecho que frente a la oferta electoral multipartidista, el abanico político español sigue contando con un bloque de derechas y otro de izquierdas, pero no representados por dos partidos mayoritarios como venía sucediendo, sino por cinco fuerzas políticas (amén de los partidos autonómicos y otros de menor representación), con la novedad respecto al pasado de que estos bloques tienen la capacidad de bloquearse, algo que nunca antes había sucedido.

En principio, cuando se cuestionaba el bipartidismo, la necesidad más perentoria era contar con una autentica alternativa de centro, un partido bisagra plural y transversal, un partido serio y no una veleta sometida al viento más favorable como ha resultado ser Ciudadanos. Luego surgió Podemos como alternativa a la izquierda tradicional, y más recientemente Vox, tres nuevos partidos que junto a los dos clásicos (PP y PSOE) conforman un maremágnum de egos y de vanidades que ha conducido al hartazgo de una ciudadanía que interpretaría una cuarta convocatoria a urnas como el fracaso de la clase política por no hacer bien su trabajo. Aunque nadie lo reconozca abiertamente, y ni siquiera lo mencionen, en Génova y en Ferraz hay nostalgia del bipartidismo, una situación que difícilmente regresará -al menos no a corto o medio plazo- habida cuenta de que el PP y el PSOE suman actualmente un 48 por ciento de los votos, muy alejado del 80 que llegaron a obtener en pleno auge de su alternancia en el gobierno.

Y es que, obviamente, gobernar en solitario es más cómodo que recurrir a una política de pactos y coaliciones, algo para lo que los políticos que lideran los partidos actuales carecen de habilidad. Sin embargo, no hay que olvidar que el bipartidismo y gobernar en solitario nos ha traído problemas como la corrupción y sus secuelas, motivo por el que el PP entró en crisis y muchos de sus votantes dieron su voto a lo que esperaban encontrar en una opción nueva y limpia que ha resultado ser un fiasco.

¿Que ha sucedido entonces tras la incorporación de Ciudadanos y Podemos? Los hechos demuestran que nada resolutivo, pues los nuevos partidos que prometieron regenerar el modo de hacer política, no lo han conseguido. Ciudadanos migrando de la socialdemocracia a la derecha sin sonrojarse. Podemos defraudando a los más idealistas al no tener más remedio que adaptarse a lo peor del sistema (son las reglas del juego) y dejar en evidencia tanto sus egos como un ansia de poder que se da de bruces con la conciencia social de la que presumen.

De este modo, hemos llegado a una situación de ingobernabilidad y de bloqueo que sólo un cambio de la ley electoral habría evitado si se hubiera hecho cuando no convenía a los partidos grandes. Con lo fácil que hubiera sido tener ya un Gobierno no provisional sin aguantar esperas de meses y meses. ¿Cómo?, sencillamente, por ejemplo, aplicando la fórmula del Parlamento Vasco donde un hipotético bloqueo -como el que ahora sufrimos- nunca duraría más de 24 horas, que es el plazo estipulado por los vascos para celebrar un segundo pleno y votar cada parlamentario con el nombre del candidato aspirante a lehendakari o bien con la abstención, y quien más votos obtenga en esa segunda votación, será automáticamente quien gobierne. Sólo 24 horas. ¿Qué fácil, verdad?

Hoy por hoy, si se convocara nuevas elecciones en noviembre, la respuesta visceral de un elevado porcentaje de ciudadanos sería la abstención, como castigo a unos políticos acostumbrados al bipartidismo e incapaces de llegar a acuerdos en un sistema que se les escapa de las manos. Es inadmisible la situación de bloqueo que atravesamos por culpa de los egos narcisistas de unos líderes cuyas actuaciones caminan en sentido opuesto a las necesidades de los ciudadanos.