La cuestión de la memoria histórica de la Guerra Civil ocupa un lugar destacado en la agenda política -aún hoy en día, 80 años después de su finalización- y en bastantes ocasiones resulta objeto de encendidos debates. Las consecuencias de la sublevación de julio de 1936 fueron sumamente trascendentales para toda la sociedad española, y trágicas para la gran mayoría de los vencidos. No puede extrañarnos, por tanto, que los ejercicios de memoria histórica sobre esos episodios lleven a interpretaciones muy diferentes, contrapuestas en buena medida, ya que la memoria, por propia definición, no puede resultar unívoca sino múltiple y diversa.

En este año 2019, también se conmemora el 80 aniversario de exilio republicano de 1939, una de las secuelas más destacadas de la guerra, que significó el éxodo de centenares de miles de compatriotas, forzados a abandonar sus hogares en condiciones muy complicadas y buscar otros horizontes donde intentar reconstruir sus trayectorias personales, profesionales y políticas.

Precisamente, para avanzar en su recuperación de la trayectoria múltiple, diversa y sumamente interesante de esos exiliados, la Biblioteca Valenciana Nicolau Primitiu, inauguró el martes 17 de septiembre la exposición Equipaje de vuelta. En ella se muestran una selección de piezas -libros, revistas, fotografías, carteles, películas, documentos y otros diversos materiales- procedentes de los archivos y bibliotecas que unos cuantos valencianos fueron reuniendo a lo largo de los años de exilio y que ellos mismos, o sus familiares, decidieron donar a la Biblioteca Valenciana. Dada la importancia y el volumen de los legados, los responsables de esta decidieron agruparlos, caso único entre las de su categoría, en una sección específica, la Biblioteca del exilio republicano. Lo que singulariza el proceso de gestión de este ejercicio de recuperación de la memoria es que, a diferencia de otras propuestas, tiene como base fundamental el ejercicio del diálogo. Y no solo como figura retórica o simbólica, si no es su sentido más amplio y en toda su gama de acepciones. Su gran impulsora, la maestra republicana Guillermina Medrano -la cual por cierto fue la primera mujer concejal en el Ayuntamiento de València- mantuvo bastantes reuniones con responsables de la política cultural de la Generalitat, hasta convencerse que el Monasterio de San Miguel de los Reyes resultaba el lugar adecuado para conservar el importante archivo que Rafael Supervía, su marido, y ella habían reunido durante su periplo por la República Dominicana y los Estados Unidos.

Y también dialogó intensamente con la viuda del profesor Vicente Llorens, destacado investigador y profesor durante décadas en la Universidad de Princeton, una de las más prestigiosas de los Estados Unidos; con los exiliados valencianos integrados en la Casa Regional Valenciana de México y con el abogado José Rodríguez Olazabal, presidente de la Audiencia de Valencia durante la guerra. Y así fueron llegando al Monasterio de San Miguel sus archivos y bibliotecas. A esta primera etapa que se desarrolló durante la década de 1990, contó con la colaboración de la Universitat de València. Otra muestra más de diálogo y suma de voluntades.

Esta apuesta por la recuperación del patrimonio cultural del exilio estuvo bien enfocada y planificada. Buena muestra de ello es que, con posterioridad, la Biblioteca del exilio republicano ha ido engrosado su inventario con las donaciones de los materiales de: Juan Gil-Albert; Juan Antonio Ramírez y Adelita del Campo; José Medina Echavarría; Alejandra Soler y Arnaldo Azzati, Jesús Martínez Guerricabeitia, Ricard Bastid Peris e Ignacio Soldevila Durante. Un elenco muy variado y destacado de profesores, artistas, investigadores y hombres y mujeres de letras y de empresa. Y también aquí el diálogo ocupó un lugar destacado. Pese a estar vinculados a distintas culturas políticas, las cuales mantenían relatos diferenciados, incluso enfrentados, sobre la Guerra Civil y el exilio, manifestaron su voluntad y la transmitieron a sus familiares para que en la conservación de su legado intelectual primara la integración, conviviendo y dialogando con las restantes donaciones, orillando las diferencias ideológicas.

A día de hoy, el inventario de lo que se conserva resulta impresionante. Se trata de miles de piezas -libros, revistas y documentos de muy diverso tipo- de un valor incalculable y de difícil paragón en nuestro país, y aún en el extranjero. La mayoría de la etapa del exilio, pero también algunas muy interesantes de la Guerra Civil y de la República. Integra desde bibliotecas académicas de primerísimo nivel, hasta la documentación de las aclamadas fallas que por años los exiliados plantaron en México. Se ha constituido así una base documental notabilísima, la cual facilita a los investigadores proseguir sus estudios, a la par que ha contribuido a divulgar episodios de estos republicanos, por medio de cursos, seminarios, exposiciones, etc. En suma, la Biblioteca del exilio republicano nos aporta argumentos a los valencianos de hoy en día, para dialogar con argumentos bien fundamentados sobre la Guerra Civil y el exilio republicano de 1939.

Esta biblioteca nos proporciona, al menos, una enseñanza más. En un mundo en el que prima el interés particular y el provecho material, nos muestra con mucha claridad la generosidad, altura de miras, sentido cívico y amor por su tierra natal de estas exiliadas y estos exiliados, quienes prefirieron poner a disposición de una institución pública valenciana sus archivos y bibliotecas de una manera completamente desinteresada, arrinconando otras opciones, algunas de las cuales incluían destacadas contraprestaciones económicas. En suma, la exposición Equipaje de vuelta como muestra y la Biblioteca del exilio republicano, como fondo bibliográfico y documental, nos muestran un modo constructivo de afrontar la memoria sobre nuestro pasado, de tal modo que, dialogando en el tiempo presente, nos permita encarar mejor nuestro futuro en común.