Un año más hemos conmemorado la celebración del 25 de noviembre como el Día Internacional de la Eliminación de las violencias contra las Mujeres. Y hablo en plural ex profeso. En tiempos políticos convulsos, en los que se pone en duda por determinadas fuerzas políticas e incluso por determinados sectores de la sociedad que esas violencias se ejerzan, yo no puedo dejar de preguntarme en qué estamos fallando.

Pero, aun así, quiero por una vez que este sea un texto positivo. Podría llenarlo de datos y estadísticas atroces que, por desgracia llenan todos los días los informativos y las páginas de los periódicos, pero me niego. Quiero mandar un mensaje en positivo. Rompo una lanza a favor de esas mujeres que históricamente nos abrieron camino y que, no me cabe ninguna duda, de una manera u otra, fueron víctimas de algún tipo de violencia de género.

Quiero hablar de Margarita Salas, recientemente fallecida, que en una época en que las mujeres en nuestro país aún debían pedir permiso a sus maridos o padres para abrir una cuenta corriente o para poder trabajar, ella fue capaz de desarrollar una brillante carrera científica que sirvió de inspiración para muchas que vinieron después.

Quiero hablar de la política liberal Clara Campoamor, y recordar que el pasado 1 de octubre se cumplieron 88 años en los que una mujer política, valiente, se enfrentó a un parlamento entero para defender que las mujeres pudiéramos tener por fin voz en los asuntos públicos y también abrió camino en un mundo en el que históricamente no habían tenido cabida las mujeres.

Estos días, con la conmemoración de los 40 años de ayuntamientos democráticos, he vuelto a releer fragmentos de mi tesis doctoral sobre mujer y política, y recordé los testimonios de las alcaldesas entrevistadas. Como mujer, madre, profesional y política, y siendo consciente de que soy una privilegiada, sé, mejor que nadie, lo que significa esa doble o triple jornada, esa presión sutil (o no) a la que te ves sometida porque no estás cuando se supone que «debes» estar.

Tanto en casa, como en la vida pública. Porque la política sigue siendo un lugar de hombres, diseñado por y para ellos y con sus horarios y costumbres. Y muchas veces te toca elegir entre tu vocación de servicio público o tu familia. Y por eso vuelvo a una frase de Clara Campoamor dirigida a sus compañeros en ese parlamento de 1931: «Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad del género humano en política, para que la política sea cosa de dos», si no somos conscientes que la política, la vida y esta lucha por acabar con la violencia de género es cosa de dos, es cosa de todos, poco habremos avanzado.

Si como sociedad y como mujeres no conseguimos que nuestra pareja nos respete, si nuestros hijos e hijas se basan en modelos erróneos, si no incidimos en la prevención, en la educación y sobre todo en el ejemplo como el arma más poderosa que está en nuestras manos, si acabamos politizando lo que es una cuestión de emergencia, nuestro trabajo, el de las que nos precedieron, no habrá servido para nada.