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La ventana

No felicitarse, que es peor

Aún con apreturas, podemos asumir que hemos sobrevivido a las fiestas, tanto a la familiar como a la que se traen entre manos nuestros representantes. A estas últimas, de momento. Cualquiera se confía.

Tiempo atrás, al acercarse el belén -el de Judea, no el de la carrera de San Jerónimo- entrábamos a lomos de unos chritsmas. En lugar de ellos he recibido en esta ocasión el discurso de Ortega y Gasset en la presentación del estatuto de autonomía catalán en las Cortes de 1932 en plena Nochebuena. Y tampoco te lo puedes tomar a mal porque se trata de alguien próximo a quien, a la faceta afectiva une la de urólogo de postín, por lo que tenerlo cerca, a estas edades, es una garantía. Otro que tal baila, miembro de la Academia de las Artes Escénicas, desea a los allegados feliz año cuando anda terminando una nueva traducción y confiesa estar viendo en streaming el discurso de fin de año de Macron... «¡Ay, Señor! Está perdidito», lo cual podría sonar a consuelo, pero quién es el guapo. Y alguien que ha formado parte del parlamento la tira y que ahora continúa en la pomada, aunque algo liberada, me acerca la recomendación de acudir a la mirada galdosiana sobre la realidad que nos asola. Y, cómo no, peco.

Baste recordar la que echó en 1912 que lo convierten en uno de los cronistas más vivos que calcan el adeene como si estuviera aún aquí: «Quienes se turnan pacíficamente en el poder son manadas que no aspiran más que a pastar en el presupuesto. Carecen de ideales, ningún fin elevado los mueve y no mejorararán en lo más mínimo las condiciones de vida de esta raza infeliz». En torno a aquella época, ocuparon escaños además de Galdós, Ortega, Salmerón, Unamuno, Clara Campoamor, Kent, Benavente, Blasco Ibáñez, Larra... Puestos a elegir casta, no me digan. El autor de los Episodios nacionales vaticinaba que «han de pasar lustros antes de que este régimen, atacado de tuberculosis ética, sea sustituido por otro que traiga nueva sangre y nuevos focos de lumbre mental». Pero, ¿cuántos lustros, don Benito?

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