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Feminismo oceánico

Durante muchos años, el 8 de marzo no pasaba de ser una fecha que apenas celebraban los colectivos feministas más concienciados y los medios consagrábamos con especiales sobre la historia del feminismo y con mucha opinión. Pero de un tiempo a esta parte, la marcha violeta -también el color de los nazarenos- ha ido impregnando a la ciudadanía, poco a poco, hasta convertirse en una fuerza de magnitud realmente oceánica, imparable.

En paralelo, los focos informativos sobre los abusos sexuales y la violencia de género han coadyuvado a esa conciencia, multiplicando la necesaria reflexión social al respecto. Pero sea como fuere, ya solo el coronavirus puede limitar el alcance de la movilización que hoy va a tener lugar, especialmente en nuestro país, convertido en vanguardia mundial de la lucha feminista.

El 8 de marzo del año pasado -y el del anterior- resultó una jornada de gloria para el movimiento español: miles de mujeres secundaban la huelga convocada en todas las ciudades€ mientras en Madrid se reunía hasta medio millón de personas en una de las manifestaciones más numerosas que se recuerdan por la razón de las mujeres. Lo cual, a su vez, explica el lógico interés que esta causa despierta en las formaciones políticas.

Obtener el favor político del colectivo femenino es un aliciente realmente importante, aunque en ocasiones no se ha producido apego excesivo entre la política feminista y el voto de las mujeres. Así ocurrió durante la II República desde 1933, o con el partido Liberal británico, impulsor del derecho electoral femenino y víctima de los primeros comicios con sufragio universal, en 1929.

Al comienzo de nuestra transición, el feminismo resultó también una fuerza emergente de gran magnitud. El foco estuvo en la Barcelona anterior al pujolismo: en el 76 se celebraron las primeras jornadas feministas en la Universidad de Barcelona, y un año después las discusiones libertarias en un Parque Güell repleto de mujeres en busca de emancipación y libertad sexual. Por entonces, Lidia Falcón fundaba el partido feminista al que dotaba de un fuerte componente marxista.

La disputa «política» por el feminismo persiste a día de hoy. Acaba de enfrentar de modo crispado a los socios del actual Gobierno español, y provoca tensiones entre los sectores más normalizados del Partido Popular con sus nuevas «intelectuales» como la portavoz Cayetana Álvarez de Toledo o, en particular, con el discurso involucionista de Vox.

No deja de ser relevante que, según los análisis demoscópicos, Vox es, precisamente, el partido menos votado -en proporción- entre las mujeres, aunque tampoco sale muy bien parado Podemos en el caladero del género femenino. Sí pesca, y mucho, el PP, más incluso que el Partido Socialista.

Cayetana, con un importante pedigrí aristocrático, incluyendo el Gotha de la corona aragonesa y el condado barcelonés, se ha declarado «feminista amazónica», que para entendernos viene a significar que se considera una guerrera -como en la película Wonder Woman, donde se recrea el mito griego-, una igual de partida con los hombres, capaz de utilizar todo el arsenal al alcance de una mujer para triunfar en el competitivo mundo actual.

Pero mujeres fuertes ha habido muchas a lo largo de la historia. No era necesario que la italoamericana Camille Paglia nos hablara de ello, aunque ciñéndose a la imagen estética de lo femenino. En cambio, otros historiadores, y buena parte de los antropólogos, llevan tiempo descubriendo la propia mirada femenina sobre las diversas civilizaciones. La helenista Jacqueline de Romilly, medievalistas como José Enrique Ruiz-Domènec o especialistas en el Renacimiento como Natalie Zemon Davis€, han puesto el énfasis en el papel decisivo de la mujer. El mitólogo Joseph Campbell, a su vez, desvela los misterios de las primitivas religiones basadas en diosas.

En el entorno del mundo femenino, por ejemplo, nace el concepto occidental del amor, que nutrirá a poetas y narradores bajomedievales para alcanzar de lleno nuestra cultura a través de figuras legendarias tan destacadas como Eloísa. De allí hasta nuestros días, incluyendo personalidades tan poco feministas como Teresa de Ávila, Edith Stein o la misma María Zambrano, que se declaraba «femenina que no feminista».

La eclosión femenina, en cualquier caso, es posible que deba más al descubrimiento de la píldora anticonceptiva que a ninguna idea o reivindicación igualitarista. Ahí radica la liberación sexual de la mujer, clave en esta película, por más que Antonio Escohotado nos hable de la existencia de una sexualidad femenina exaltada desde los tiempos egipcios de Isis y, en especial, entre las patricias romanas. Lo diferente es que ahora el principio del placer se ha democratizado entre todas las mujeres mientras el hombre, en palabras del propio Escohotado, está aprendiendo a convivir con su propia sobrelibidación cultural. Eso, y no andar borrachos en la madrugada.

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