Desde los 21 años no tengo pareja estable, así que háganse cargo de las veces que he podido llegar a casa sola y borracha. Sin que esto signifique una apología de la ingesta de alcohol desde estas páginas, que veo venir a los ofendidos. Excepto algunos días, cuando tenía que atravesar algunas calles de La Soledat de madrugada para llegar a casa de mis padres, nunca he sentido miedo, ni inseguridad. Pero -a menudo- es conveniente dejar de mirarse el ombligo. Ver a las que no tuvieron la misma suerte, porque se toparon con un violador por el camino. Sí, es un derecho volver a casa sola y borracha.

No voy a opinar sobre la Ley de Libertad Sexual que ha aprobado el gobierno a iniciativa del departamento de Irene Montero porque no me la he leído. Ni yo, ni -por lo visto- los ministros que le dieron el sí. Precisamente, de eso quería hablarles: del «sólo sí es sí», un lema que se ha utilizado para promocionar la nueva norma, dando a entender que cambia algo respecto al ordenamiento jurídico anterior. El Código Penal tipifica como delito atentar contra la libertad sexual ajena. Esto es, cuando no existe consentimiento. Y diferencia los abusos de las agresiones según el grado de violencia o intimidación que se ejerza sobre la víctima. También recoge que «se consideran abusos sexuales no consentidos los que se ejecuten sobre personas que se hallen privadas de sentido, así como los que se cometan anulando la voluntad de la víctima mediante el uso de fármacos, drogas o cualquier otra sustancia natural o química idónea a tal efecto». Si está borracha, es no. «Sólo sí es sí» no cambia un ápice de eso.

El consentimiento -verbal, gestual, o cualesquiera de las formas en las que se puede expresar- y el no consentimiento son excluyentes. O lo hay, o no lo hay. No hay grados; no se puede dar un poco de consentimiento como no se puede estar un poco embarazada. Hacer el consentimiento más explícito no significa que haya más consentimiento. Este es un principio de lógica fundamental, poco hay que discutir sobre él. Pues bien: el no consentimiento ya está penado por la ley en España. Y mucho me temo que la nueva norma no vaya a servir para dejar de 'cuestionar a la víctima'.

Los delitos sexuales se producen, a menudo, en la intimidad. No hay testigos. Puede haber pruebas forenses concluyentes, pero en otros casos no lo son tanto. Y también es frecuente que el acusado niegue los delitos. Así que a juez, fiscal y abogados les quedan muy pocas opciones más que interrogar a la víctima, porque suele ser la fuente de la que se obtienen las pruebas para condenar a otra persona. A menos que queramos convertir esto en una inquisición en la que se puede mandar a la cárcel a alguien a la primera, no va a quedarnos más remedio que ver si la acusación de la víctima es coherente. Es muy lícito poner el énfasis en que, si una mujer no hace explícito que quiere acostarse con alguien, o llevar a cabo una práctica sexual determinada, es que no quiere hacerlo.

Lo que ya no lo es tanto es dar a entender que esta campaña de concienciación para quienes no respetan una negativa va a suponer un cambio radical en los procesos penales. El infierno está lleno de buenas intenciones, pero me temo que algo más va a tener que hacer la Ley Montero que el «Sólo sí es sí». Porque es de suponer que uno, cuando viola, sabe perfectamente que no hay consentimiento. Esperaremos.