Hay momentos en nuestras vidas en los que no somos nada conscientes de lo que tenemos, lo que disfrutamos, lo necesario y lo superfluo. Mas diría, solo en situaciones extremas valoramos las pequeñas cosas que hacen grandes nuestra existencia.

Recuerdo hace años, la primera vez que piloté el carrito de mi bebé. Ahí y nunca antes fui consciente de las barreras que las ciudades (y hasta el municipio más pequeño) mantenían entorpeciendo accesos a aceras, paradas de autobús o incluso entradas a hospitales. O cuando viajé a los campamentos del Sahara. La generosidad de quienes ofrecen al visitante los tesoros que poseen que van poco más allá de alojamiento, comida y largas tertulias de filosofía. Y la sonrisa de esas gentes que agradecen tu interés se transforma en una auténtica fiesta diaria llena de colores intensificados por el sol, abalorios hechos por manos diminutas, ojos brillantes y alegría desmedida. Nada tienen y todo lo dan.

Esa sensación de estar perdiéndome en la vida es la que ahora me acompaña en mi confinamiento. Perdiendo tantas oportunidades de disfrute vital que al mirar atrás planteo consciente que el futuro no puede ser igual.

Después del coronavirus nuestra historia personal puede ser como los retos que nos planteamos cada principio de año, o tras el verano. Ya saben, dejar de fumar, ir al gimnasio, comer más sano?, hazañas que en la mayoría de los casos si mantenemos un mes ya es casi como haber conseguido lo propuesto. Después del coronavirus debemos evitar una nueva colección de fascículos a euro el ejemplar, hay que pasar a la acción directa sin plazos ni retos, con diálogo y propuestas, sin prisa pero sin pausa. Hay que revisar y ponderar lo importante, frente a la urgencia. Accionar el botón de encendido en nuestras mentes y disfrutar de lo aprendido encerrados en las cuatro paredes de nuestros hogares.

En la Comunitat Valenciana lo tenemos más fácil que en los tristes territorios de la meseta. Hasta la más alejada de nuestras poblaciones llega la luz cálida y brillante del Mediterráneo, nuestro suave clima (con permiso de los cambios en el planeta) y la necesidad de compartir nuestros espacios públicos. La proliferación de fiestas locales argumentadas en la base costumbrista, religiosa o reivindicativa han llenado hasta ahora nuestras calles y plazas de abrazos, ruido, fuego y disfraces, pero cuando el sol se esconde por nuestros valles y sierras las tertulias se acortan apresuradamente por el cierre de locales y las quejas vecinales.

La crisis sanitaria nos ha transportado a una realidad «balconera» que por encima de los reconocimientos, evidencia nuestras carencias. Necesitamos el contacto con el exterior y sentir que el mundo se extiende más allá de nuestra intimidad. Hoy anhelamos lo que hasta hace días disfrutábamos sin ser conscientes de ello. El poco tiempo que le hemos dedicado durante años al ocio y disfrute personal toma ahora una dimensión diferente porque se nos ha arrebatado la capacidad de mantenerlo. El covid19, la crisis sanitaria, el confinamiento, nos tiene que servir para cambiar muchos de los planteamientos de vida iniciales y uno de ellos es sin duda la posibilidad de socialización.

Decía antes que en la Comunitat Valenciana lo tenemos más fácil que en otros lugares. Es cierto a medias. Es evidente que los factores externos ayudan, la tarea es la eliminación de los impedimentos que desde hace años cubren de perplejidad las pretensiones de ampliar ese círculo de vivencias en las calles y plazas de nuestros pueblos y ciudades. Las restricciones horarias vienen dadas según «los expertos» por la conciliación con el descanso vecinal, pero insistiendo en el respeto a los derechos de quien quiera perderse la vida y pasarla eternamente confinado, creo que sin llegar a los excesos pautados en las excepcionalidades que se aplican en periodos festivos, debemos abordan cambios sustanciales que nos permitan gozar de los privilegios que la vida en común nos ofrece todos los días.

Las crisis nos dan oportunidades que no debemos dejar pasar, la de repensar nuestro futuro es una de ellas. Y no me refiero solo al ámbito individual. En una tierra en la que el turismo es la base económica los visitantes asistían hasta ahora con extrañeza al cierre tempranero de locales. ¿Y sí cambiamos? ¿Y si mejoramos nuestra socialización con abrazos y besos lentos y dulces, sin prisas ni agobios? El visitante lo agradecerá pero nosotros más si cabe. Somos los valencianos gentes a las que nos gusta la tertulia tras la comida o la cena, la sobremesa larga que permite el diálogo, las riñas futboleras y la expansión infantil.

Iniciemos un nuevo tiempo, llenemos las terrazas y no nos perdamos la vida.