Desde que el 1 de octubre de 1908 un tal Henry Ford hiciera una decidida apuesta por la fabricación en serie del modelo Ford T y acuñara la célebre frase «hemos de ser capaces de fabricar coches que nuestros trabajadores puedan comprar», no hay duda de que la industria del automóvil ha sido una de las principales impulsoras del progreso en las sociedades occidentales, generadora de cientos de miles de empleos y, cómo no, territorio de grandes luchas sindicales, conflictos, acuerdos y, en definitiva, uno de los clásicos escenarios de la lucha de clases, incluidas las primeras luchas por la igualdad.

Mucha historia se ha escrito a lo largo de estos últimos casi 110 años y mucho ha cambiado el mundo desde entonces hasta llegar a la globalización de la economía, del conocimiento y de las relaciones internacionales. Un periodo en la historia de la humanidad marcado por profundas transformaciones industriales, determinantes avances científicos e insospechados logros tecnológicos que han facilitado la llegada de la actual revolución digital.

Y, sin embargo -y a pesar de todo ello o a consecuencia de nuestras propias negligencias-, resulta paradójico que «un enemigo microscópico» acuñado como Covid-19 consiga evidenciar nuestra fragilidad como especie al mismo tiempo que pone en jaque el sistema en que vivimos, amenazando con la mayor crisis vivida por la humanidad. Se trata, además, de un ataque transversal que afecta a todo el género humano sin distinción de razas, países o creencias, del que no se libran siquiera los que creen ser «todopoderosos».

A la espera de que la ciencia y la investigación nos proporcionen la tan ansiada vacuna son los sistemas sanitarios -allí donde los hay capaces, claro-, los escudos que luchan en primera línea en la guerra contra la pandemia global. En ese escenario, en España, nuestra única baza es confiar en las capacidades de nuestro apreciado sistema sanitario público y universal -sin duda uno de los mejores y «más democráticos» del mundo-, sobre el que, cuando salgamos de esta -que lo haremos-, urge alcanzar un acuerdo de todas las fuerzas políticas para fortalecerlo y blindarlo ante cualquier futuro nuevo intento de recortarlo o privatizarlo parcialmente.

Nos enfrentamos a una nueva era de incertidumbre en donde muchos aspectos de nuestra vida van a cambiar. El mundo va a ser diferente, pero si queremos que sea mejor deberemos potenciar el valor de lo público. Sólo lo público nos sacará adelante. Aumentar las inversiones en sanidad, dependencia, ciencia, investigación, educación, cultura y medio ambiente nunca más deberían ser contempladas como gasto sino como inversión en nuestro beneficio, en el de las generaciones futuras y en el del conjunto de la humanidad.

Por supuesto, ante este reto no va a quedar ajena la industria del automóvil que se encontraba inmersa en la transformación más importante desde aquel 1908. Serán mayores las incógnitas de las que ya estaban en juego, toda vez que desconocemos el impacto de esta crisis -junto al cambio climático-, en las nuevas formas de movilidad de los ciudadanos que, dicho sea de paso, ya estaban cambiando. Cuánto tiempo tardará en recuperarse el mercado automovilístico por el impacto en la economía, o cuánto costará recuperar las ventas y la normalidad en las fábricas.

En esas fábricas y en las de los proveedores transitan miles de personas trabajadoras todos los días y se debe garantizar su salud y seguridad antes que cualquier otra cosa, minimizando el riesgo de hipotéticos contagios. Eso convierte en una quimera el que, a la vuelta, alguien pretenda recuperar los niveles de producción tal cual quedaron a la ida. Dependerá del tiempo que necesite la comunidad científica en controlar el virus.

Bien podríamos concluir que, con los ingredientes de electrificación, nuevas formas de movilidad, Brexit y un inesperado intruso como el Covid-19, el escenario que se nos presenta es tan insólito como desafiante, augurándonos unos próximos meses o incluso años, en los que los sindicatos nos veremos obligados a negociar situaciones muy difíciles en esa transición que se va a producir en un contexto más que complicado, incluyendo tanto ERTEs como EREs, y desde luego UGT lo hará con el claro objetivo de que ninguna persona trabajadora se quede atrás.

Europa tiene un enorme desafío, dicen, y es cierto. Se acerca la hora de la verdad y esta batalla se libra aislados, pero juntos. La industria del motor será una prueba más. Se trata de uno de los pilares decisivos para mantener empleos a la vez que dinamizará la maltrecha economía y para ello, requerirá que se apliquen políticas comunes por parte de la Unión, si la hay.