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Palabras

Mi término favorito en la transmutación de significados que vivimos es normalidad, que se nos anuncia como sacada de la Biblia

Mes y medio metidos en casa, con paseos por la terraza o el jardín quienes gozan de tales lujos, nos ha llevado a cambiar no sólo de hábitos sino hasta de lenguaje. Será que a fuerza de leer libros de esos que teníamos perdiidos en las estanterías desde hace años, o ver películas al ritmo que seguían hace medio siglo los que se iban a Perpignan a ver las que estaban prohibidas aquí, lleva a confundir hasta el sentido de las palabras. La que más abunda ahora, coronavirus, no la habíamos oído nunca pese a que la gripe lleva siglos presente. Pero se ve que es una palabra mágica porque ha llevado a que cambie el significado de todas las que se relacionan con ella.

Por ejemplo, el término de reclusión se reservaba antes para los presos y las monjas de clausura. Ahora es sinónimo de penitencia a domicilio, como sucede con los condenados que gozan de enchufe suficiente, pero sin el sentido gozoso de quien se lleva un premio. Creíamos que estar tumbados en el sofá de forma continua vendría a ser el equivalente occidental del nirvana asiático pero no. Basta con que se nos impida salir a la calle para que esa fruta prohibida se vuelva tentación irresistible hasta el punto de que la policía ha detenido a vecinos ingeniosos paseando perros de peluche y hasta a un ciudadano que se había disfrazado de dinosaurio.

No obstante, el concepto que se nos ha vuelto más huidizo es el de la rueda de prensa, reducido ya a causa del estado de alarma a las prédicas que nos suelta a cada poco el presidente del Gobierno. Le lleva más de una hora el usar las palabras de siempre pero en un sentido ahora nuevo y más bien huidizo porque, la verdad, al cabo uno recapacita y no sabe demasiado bien que quiere decir lo que le ha soltado.

Mi palabra preferida en esa transmutación de significados es la de normalidad, que se nos anuncia en estos momentos con una fuerza e intención sacada como de la Biblia. Parece que lo que es normal no tiene demasiadas alforjas para poder albergar lo extraordinario, así que se nos adorna ahora bajo el título de "nueva normalidad" casi como asegurando que la normalidad de siempre se nos ha escapado para siempre jamás. Las características de esa neonormalidad, a la que hace unos años habríamos llamado postmoderna, son las de encontrarse en las antípodas de lo que cabría considerar como normal. Llegará, dice el presidente, de manera incierta, dependiendo de la región, la ciudad y, como la risa, hasta irá por barrios. Así que nos volveremos normales a trozos, e incluso a saltos que, ¡ay!, pueden tener marcha atrás. Como en el baile aquél de la yenka, tan divertido que nos hacía parecer cualquier cosa menos normales.

De aquí a un mes sabremos a ciencia cierta qué pedazo de la nueva normalidad nos cae en suerte. O en desgracia que, para entonces, seguro que ya ha dado el presidente con otra palabra mejor.

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