Las cifras nos dicen que la violencia no cesa, que las muertes no cesan. También nos dicen que cada vez más mujeres están acudiendo a los recursos puestos a disposición, que deben multiplicarse e implementarse

Escribo este artículo golpeada por la estadística publicada en el INE que desvela que en 2019, la nuestra fue la segunda comunidad autónoma con mayor número de víctimas inscritas por violencia de género. No menos pavorosos me parecen los datos publicados también esta semana por el Ministerio de Igualdad que confirman que, en los dos meses transcurridos desde el 14 de marzo hasta el 15 de mayo, el número de llamadas y mensajes de WhatsApp al 016, se incrementó en un 61,5% con respecto al mismo período del año anterior y que las consultas online, registraron un aumento del 460% en los dos meses de estado de alarma respecto al mismo período del año anterior, lo que indica a las claras que el aumento de la convivencia con el agresor por el confinamiento supone un repunte en la violencia de género.

Las técnicas estadísticas siempre han de tener una funcionalidad, para ayudar a dar respuesta a algo concreto y no ser una mera relación de números, han de enseñarnos el camino, pero sobre todo han de servir para aprender de los errores que se puedan cometer. En mi opinión, de las estadísticas recién publicadas podemos sacar una cosa en claro: que la realidad es tozuda y que por mucho que algunos se empeñen en vivir desmemoriados, en el autoengaño y en continuo retroceso, la defensa de las mujeres frente a la violencia de género debe anteponerse a cualquier circunstancia y ha de ser una preferencia absoluta para todas las administraciones, en todas las agendas políticas y para toda persona demócrata.

Las cifras nos dicen que la violencia no cesa, que las muertes no cesan. También nos dicen que cada vez más mujeres están acudiendo a los recursos puestos a disposición, que deben multiplicarse e implementarse. Conocemos el camino, ahora hace falta andarlo

Me preocupa que, a pesar de la realidad palpable, tangible (numérica si me apuran) se está ignorando el impacto de género, de enorme importancia, en la respuesta a la crisis del Covid-19. No solo la violencia de género se ve agravada con el confinamiento y la obligación de convivencia perpetua con el agresor, sino que debemos tener en cuenta que, en un contexto de destrucción de empleo, las mujeres partimos de una situación de desigualdad en el mercado de trabajo y que además los cuidados recaen mayoritariamente en las mujeres, más cuando los menores actualmente no acuden a los centros escolares.

La pandemia pone en peligro los objetivos de igualdad de la agenda 2030 por lo que es imprescindible que todas las administraciones y organismos, tengan en cuenta los impactos de género en su repuesta a la crisis para que la misma sea efectiva, por ende es necesario que los ayuntamientos incluyan expertas en género en los planes de emergencia municipales, que diseñen estrategias de mitigación centradas en los efectos económicos sobre las mujeres, que dispongan de datos desagregados por sexo de los impactos económicos, que se tenga en cuenta la carga de cuidados diferenciados, que se tenga en cuenta la incidencia de violencia de género, etcétera, etcétera, etcétera.

Mientras, el gobierno de la ciudad -ya pondremos una bandera en el balcón del consistorio cuando toque- se tapa los oídos mirando a Kiev. Lo dijo El Padrino, «de qué sirve confesarme si no me arrepiento».