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Quién sabe

La gente pasa poco tiempo dentro de su cuerpo. Puede parecer una afirmación excesiva, corroborada, sin embargo, por esta otra frase de uso común:

-Encontré a Fulano fuera de sí.

A mi madre le ponía fuera de sí el desorden físico y a mí me saca de quicio el desorden mental. Cuando no comprendo algo, emigro de mi cuerpo, me voy, me ausento. Mi familia me pregunta con frecuencia dónde estoy.

- ¿Qué? -digo yo regresando de golpe.

-Que dónde estabas, porque llevo cinco minutos hablando y no te has enterado de nada.

En efecto, no me enterado porque no estaba ahí. Mi cuerpo estaba, pero yo no. No valoramos suficientemente esta capacidad de huida. Ni siquiera se enseña en las escuelas: los niños han de aprenderla solos, lo que tiene sus inconvenientes, porque si bien es cierto que hay muchas situaciones en las que conviene irse, también es verdad que importa saber adónde.

Yo no sé siempre dónde he estado ni de dónde, en consecuencia, vengo. Sé que me voy continuamente, pero no a una fantasía concreta, sino a una especie de nada que quizá tenga algo que ver con el nirvana, ese estado que en el hinduismo te libera del sufrimiento. Cuando, ya de adulto, escuché hablar del nirvana, me dieron ganas de pedir derechos de autor porque yo llevaba practicándolo desde niño. Me pareció sorprendente que estuviera inventado. Solía alcanzarlo cuando mi madre se ponía fuera de sí, es decir, cuando se ponía frenética.

-Entonces no estaba fuera de sí, estaba frenética -dice mi psicoanalista.

-El frenesí es el extranjero -le digo yo.

En la terapia también salgo con frecuencia de mi cuerpo porque el diván es un sitio perfecto desde el que marcharse. Jamás he logrado hacer un viaje astral: nunca me he visto desde el techo, y sin embargo no dejo de viajar al espacio exterior, como cuando los astronautas salen de la nave para dar un paseo espacial. Normalmente regreso a mi cuerpo, a mi nave, o eso es al menos lo que creo. Pero quién sabe.

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