Con transparencia informativa, tecnología y madurez social. Así ha gestionado Corea del Sur la crisis sanitaria de la Covid-19. En centenares de países se ha alabado la capacidad del país asiático para contener la expansión del virus destacando la realización diaria de cerca de 20.000 test de detección, una capacidad que es el resultado de aprender de los errores. En 2015, Corea ya sufrió por el MERS-Cov y su retraso en poder diagnosticar a las personas con este síndrome desencadenó una cadena de contagios difícil de controlar.

Aprendieron que test de detección, información y medidas básicas de prevención eran claves ante las crisis sanitarias. Cuando el coronavirus estalló en Wuhan, y mucho antes de que Corea del Sur reportara su primer caso, se empezó a trabajar junto a las empresas biotecnológicas en el desarrollo de test de detección del nuevo virus de tal manera que cuando éste golpeó duramente la ciudad de Daegu, el país ya estaba preparado para detectar precozmente a las personas contagiadas.

Su método para luchar contra la pandemia no se ha basado únicamente en test de detección, aunque ha sido la parte más destacada por los medios de comunicación de todo el mundo. La colaboración activa de los surcoreanos y surcoreanas ha sido clave. Su gente ha sido el factor determinante para lograr detener el número de contagios sin necesidad de detener la economía. Gobierno, profesionales médicos y ciudadanía se comportaron como una única persona.

Cuando los casos se multiplicaron en Daegu, el Gobierno no decretó la cuarentena, ni cerró la ciudad. No se han cerrado tampoco las fronteras con otros países (solamente con Hubei, provincia de China). Esas medidas que hemos visto en países como Francia, Italia, Alemania o España no fueron necesarias. Sus ciudadanos, por iniciativa propia, redujeron sus salidas y siguieron los 7 métodos establecidos por el Gobierno para superar el coronavirus: si presentaban algún síntoma por pequeño que fuera, debían acudir a una zona para realizarse un test; llevar mascarilla en sus salidas; ventilar y desinfectar, lavarse las manos con más asiduidad, evitar reuniones, respetar la distancia social y seguir conectados. La distancia física no impedía que sus corazones siguieran unidos como así rezan muchos de los carteles informativos que se observan por las calles de las ciudades, en los medios de comunicación y en el transporte público.

La ciudadanía se olvidó de su individualidad y pensó como colectivo. Era egoísta pensar en su libertad individual y seguir con sus rutinas diarias, mientras los profesionales sanitarios trabajaban día y noche para frenar el virus y sus conciudadanos morían. Pensar en ellos mismos, sin tener en cuenta la realidad de lo que estaba sucediendo era egoísta y podía dañar a su familia.

A los surcoreanos y surcoreanas también les encanta reunirse en el entorno del Han River si hablamos de Seúl, comer en los puestos callejeros del Seomun Market de Daegu, visitar las playas de Busan o de Gangneung y también ir a los restaurantes a comer y beber juntos, pero sus necesidades dejaron de ser importantes, pues había que proteger a sus compatriotas. La libertad individual era mucho menos importante que la seguridad de todos y todas. En todo momento se implicó a la ciudadanía. Solamente el personal sanitario podía salvar a los pacientes enfermos, pero todos los surcoreanos y surcoreanas podían salvar a sus convecinos al evitar que se contagiasen.

Las mascarillas se convirtieron en la principal arma de la ciudadanía para protegerse, pues allí sí se recomendó su usó desde el inicio de la pandemia. También allí el Gobierno intervino la producción para evitar la especulación y garantizar que las farmacias siempre tuviesen mascarillas. Tanto es así que, hasta este lunes, se disponía de un calendario semanal en el que cada ciudadano dependiendo de la última cifra de su año de nacimiento podía adquirir dos mascarillas un día concreto de la semana. Por ejemplo: aquellos en los que su año terminase en 4, solamente podían recoger mascarillas los jueves.

Además, la KCDC comunicaba diariamente información sobre la evolución de la pandemia. Sabían en todo momento qué estaba sucediendo. A través del sistema de alertas nacionales, el Gobierno comunicaba en qué zona una persona, identificada públicamente bajo un número para salvaguardar su identidad, había sido diagnosticada con coronavirus. Junto a este aviso, se comunicaba los últimos lugares que había visitado, las horas y días. ¿Por qué? Porque era la mejor manera de que otras personas que habían estado en esas zonas pudieran acudir a un centro a realizarse un test si presentaban algún síntoma.

En ningún caso se publicaban datos que pudieran facilitar la identificación de la persona. La ciudadanía de Corea es especialmente sensible con la violación de su privacidad y jamás hubieran aceptado que esto se produjese, incluso aunque fuese para mitigar los efectos de una pandemia. El objetivo de este sistema de alertas no era ejercer ningún control sobre sus ciudadanos, sino prevenir.

Solamente con transparencia informativa se puede luchar para vencer a un virus como este. Saber qué sucede salva vidas.