Hace poco hemos despedido 2020, un año singular por muchas cosas, la mayoría negativas, pero alguna positiva. Como efecto colateral inesperado de las restricciones de la pandemia de la covid19, se alcanzó un mínimo histórico en el número de incendios forestales. Recientemente, el director general de Prevención declaró que 2020 tuvo la cifra más baja de incendios desde que se tienen datos. Sin embargo, no profundizó en las causas de este hecho, felicitándose, eso sí, por los resultados.

El número anual de incendios y las cifras de muchos meses fueron muy bajas, aunque caen dentro del abanico de la variación interanual; pero los datos de abril no sólo son sorprendentes, sino extraordinarios. La diferencia con la media de la década precedente, para este mes, son muy acusadas, y casi se llegó a tener cero incendios. Todo el mes de abril estuvimos bajo el confinamiento por la pandemia. Esto nos da una pista que se ratifica si consideramos el período completo de máxima restricción; en los 51 días entre el 14 de marzo y el 3 de mayo sólo hubo 4 incendios. Un hecho jamás visto en un periodo así. De aquí deriva una consecuencia elemental y difícil de rebatir: si se eliminan los fuegos generados por los humanos, los incendios pueden disminuir mucho. Si se reduce drásticamente el número de incendios es razonable que disminuyan también las extensiones quemadas, aunque en esto pueden influir muchos más factores, entre ellos los meteorológicos, que apenas inciden en la cantidad de fuegos. Si conseguimos eliminar los fuegos de origen humano, los incendios pueden reducirse enormemente, a igualdad de otros factores.

No hace falta que se dé una pandemia, ni un confinamiento, ni una restricción drástica de actividades. Se trata de suprimir aquellas que impliquen encender fuego o que generen riesgo de incendio en zonas forestales y su entorno. De las actividades afectadas sólo hay una cuya eliminación merece consideración: la quema de restos agrícolas. Pero hay una alternativa: la trituración o la fermentación de los restos vegetales. Ya lo contempla la vigente estrategia de prevención de incendios y existen proyectos y experiencias pioneras, pero aún son pocos. Los hechos nos llevan a extraer una consecuencia que debemos aplicar inmediatamente, pues dedicamos ingentes sumas de dinero a otras actuaciones discutiblemente preventivas que tienen muy poco efecto sobre el número de incendios. La actual regulación no consigue erradicar los incendios debidos a las quemas, que sigue siendo la causa individual más importante. La trituración de los restos resulta fácil y barata, y puede aplicarse de manera inmediata y sin costos para agricultores y ayuntamientos.

¿Qué esperamos para poner en marcha esta alternativa? No genera problemas, no tiene impactos ambientales y cuesta infinitamente menos que otras opciones que se practican actualmente (sin prueba alguna de su eficacia en la prevención) como son los costosos e impactantes cortafuegos, que como máximo pueden ser útiles en la extinción, pero que no evitan ningún incendio. Además, elimina las molestias que supone la actual regulación de las quemas, genera puestos de trabajo y un material valorizable, bien sea como ‘pellets’ o como abono. Finalmente, tiene otra gran ventaja: su eficacia puede probarse de manera fácil y casi inmediata; cosa que nunca ocurre con los cortafuegos y otras opciones consistentes en eliminar vegetación viva y esencial de los bosques. Extraigamos conclusiones de los hechos y actuemos de manera consecuente. Es posible suprimir la mayor parte de fuegos ocasionados por causa humana y eso reduce de manera drástica los incendios forestales. Está demostrado.