Cómo no escribir sobre el sobresalto de la semana? Acababa mi anterior artículo con la incógnita de qué pasaría con el Gobierno central. Iba a pasar algo, aunque no supiéramos qué. Ahora lo conocemos, pero no sabemos si lo sabemos todo. Formalmente, como escuché decir a Zarzalejos en RNE, este Gobierno ha muerto. La idea de Iglesias de sostener ocho años este gobierno para desmontar la Constitución y canalizar las reivindicaciones catalanas en otro marco, ha desaparecido. Ahora queda lo de siempre, la gente de IU, todavía con cierta disciplina institucional, que permanecerá en el Gobierno, y tenemos a Iglesias, que es lo mismo pero otra cosa.

¿Todo esto no estaba previsto cuando comenzó el fuego en Murcia? Que habría convocatoria en Madrid, sí estaba previsto, y que la salida de Iglesias sería dejar el Gobierno, puede que también. Que la crisis de Ciudadanos fuera tan amplia no nos sorprende a nosotros, que ya lo dimos por muerto. Que el CIS iba por ese camino, se ha visto en su último informe, que anunciaba una subida de Inés Arrimadas y una bajada de Podemos y del PP. Pero ya sabemos que el CIS expresa deseos, no realidades. En todo caso, sin Iglesias dentro, la vida del Gobierno será más cómoda.

Todos los movimientos apuntan a la recomposición del mapa político y hasta que no se estabilice no reformaremos ni una coma. Va para largo, pero se adivinan los siguientes pasos. Porque lo que también estaba previsto de este movimiento era que Díaz Ayuso mostraría a Vox la inutilidad de diferenciarse del PP y, con ello, el inicio de una división de trabajo bien orquestada. En Madrid, donde se mueven las cosas serias, hegemonía de los populares; en el frente de batalla catalán, los ‘boixos nois’ de Abascal. Mientras tanto, Sánchez se queda con todo el centro político acariciando su gran sueño de una nueva mayoría absoluta.

Que todo esto es una aspiración sistémica, apenas ofrece dudas. En este contexto, la acción de Iglesias lo devuelve a los viejos tiempos de la épica, aunque ahora se trate de una batalla terminal. Es de agradecer que quiera continuar su trayectoria a lo grande, cargando responsablemente con salvar su opción en Madrid. Por eso apoyo su gesto de presentarse, porque da la cara. Al final ha de torear en una plaza muy difícil. Madrid lo es, porque nadie va a olvidar allí una conducta política que en cierto modo ayudó a un personaje todavía más cuestionado que él: Puigdemont. Esto me induce a creer que con este paso, que lo alejará de cualquier puesto gubernativo, Iglesias hace dos cosas: reintegra Podemos a IU y se dispone a entregarse en cuerpo y alma a su actividad de agitador social, cuya necesidad nadie niega.

Todo esto clarifica el panorama, desde luego. Lo demás, pedir unidad, primarias conjuntas, dar la mano, es poco verosímil en su trayectoria y sobraba. Su intención al hacerlo es confusa, y quizá siga reflejando la idea de que él provoca a toque de silbato entusiasmos y que todos debamos adherirnos a sus ensueños de unidad. Eso es tan realista como los sueños de un seductor. Hasta las piedras saben que no hay posibilidad de reunir Podemos con Más Madrid. Son dos estilos diferentes de hacer política. Mónica García, que tiene el coraje de quien sabe lo que lleva día a día entre manos, no tiene nada que ver con Iglesias ni con los votantes que él pueda arrastrar. Durante este tiempo, tanto García como muchos otros diputados en la Asamblea madrileña, como Errejón en el Congreso, han desplegado una política informada, constructiva, que tiene la aspiración fundamental de conectar la acción con las realidades cotidianas, con el mundo de la vida y sus fragilidades, ampliando la agenda con problemas inaplazables. Se trata de una sensibilidad completamente diferente a la que Iglesias representa, y uno de los aspectos más reconfortantes de la reciente vida política española ha sido comprobar que la fragmentación del Podemos inicial fue una necesidad histórica, una decisión política fundada y una acto responsable y clarificador.

Asistimos a la arriesgada jugada final, por el momento, de un político aventurero. Por eso no estoy de acuerdo en este único punto, y sin que sirva de precedente, con mi admirado Santi Alba. Si Iglesias hubiera pedido el voto de su gente para García habría significado que aquella separación habría sido gratuita, un personalismo con independencia de quien lo hubiera ejercido. Si conozco en algo la mentalidad de la gente que vota a Iglesias, creo que puedo decir que difícilmente votaría a la portavoz de Más Madrid sólo porque él se lo pidiera. Recibir el apoyo de Iglesias la habría perjudicado. Muchos que confían en ella dejarían de hacerlo y nadie de los de Iglesias la seguiría. Mi falta de caridad hermenéutica no llega hasta decir que eso era lo que Iglesias deseaba al ofrecerle la ayuda, pero cuando recuerdo los comentarios de Monedero al respecto, aumentan mis dudas.

¿Qué efecto tendrá la estrategia de Iglesias de enrolarse en una campaña antifascista? En realidad nadie lo sabe a ciencia cierta. Creo que el público asistirá bastante descreído a este último acto mestizo de agitador social y candidato político que ha dejado voluntariamente el cargo de vicepresidente del Gobierno. Lo que la ciudadanía de Madrid sabe es que puede haber un gobierno razonable con García y Gabilondo. Esta es la evidencia dominante y a ella debemos atender. Por supuesto, no creo que estos dos candidatos caigan en la tentación de seguir el argumento de Iglesias. Madrid merece otro gobierno porque Díaz Ayuso es una incompetente, por mucho que cubra su incompetencia con formas ridículas parafascistas. Eso es una apariencia. Todavía sabemos distinguir entre pequeños diablos y monstruos diabólicos que requieren grandeza negativa, perversa.

No magnifiquemos a Ayuso. Ni a Monasterio. Son representantes de la élite central, ponen el Estado a su servicio privado, pero no tienen nada que ver con la maldad desatada del fascismo. Madrid no está ante la disyuntiva de democracia o fascismo, ni entre comunismo o libertad. Está ante la disyuntiva entre gobernantes de opereta que ayudan a sus poderosos amigos y gobernantes serios que atenderán los enormes desequilibrios de una sociedad rota. Que Iglesias y Ayuso-Monasterio pretendan mostrar que estamos en febrero de 1936 puede ser motivo de satisfacción en otros lares, pero no sirve para nada a la ciudadanía madrileña ni a un Gobierno de García y Gabilondo.