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Del «chino» a Chinatown: Los lugares de la memoria

¿Quién nos garantiza que lo que nombramos ahora es realmente lo que fue antes de nosotros?

Durante los primeros años de la década de los 2000, mi amiga Laura Ballester y yo solíamos ir a cenar de vez en cuando a un pequeño y asequible restaurante italiano situado en la calle Convent Jerusalem de València. Su dueño -cuyo nombre no recuerdo- era atento y parlanchín y cuando ya fuimos asiduas se sentaba a veces con nosotras y nos transmitía un temor profundo: que el barrio perdiera su esencia. Entonces apenas había una decena de locales abiertos por la comunidad asiática pero él no quería que las calles dejaran de ser como eran, como él las había conocido. Que todo cambiara, en definitiva.

Estos últimos días, he leído con fruición las noticias que mi compañero José Miguel Vigara ha publicado sobre el futuro «Chinatown» de València, situado en el entramado de calles entre Convent Jerusalem y Pelayo. Al principio, he de admitir que me confundí y pensé que cuando hablaban del «barrio chino» se referían a lo que yo siempre había conocido como «barrio chino», el entorno que circunda la calle Viana, esas plazas, plazoletas, solares y callejuelas cuya existencia visibiliza magistralmente Rafa Lahuerta en su libro Noruega, un recorrido por la memoria de la València que fue, que existió, que respiró y que ya no está.

Una vez aclarado el malentendido no puedo dejar de preguntarme cómo nombrarán los lugares futuros las generaciones que están por venir y qué papel juega la memoria histórica -o la desmemoria- en todo ello. Es decir: para quienes han de nacer en diez años el «barrio chino» será sin duda la calle Pelayo y su entorno, con el arco previsto y un innegable atractivo turístico. Ninguno de ellos sabrá que existió otro de igual nombre pero más difícil de contemplar en otro lugar de València. Pero bueno, sin dramas: ¿quién nos garantiza que todo lo que nombramos ahora es realmente lo que fue antes de nosotros?

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